jueves, 28 de febrero de 2013

Vísperas.


Esta es, Señor, la última oración de tu siervo Benedicto.

En unos minutos dejaré el mando de esta Barca que viaja  por la historia cargada de pescadores. En mi último día como su Capitán en tu Nombre tengo miedo.

Porque fui elegido, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor,  como instrumento insuficiente para una tarea gigantesca y no he podido resistir. Te imploré, por favor, que no me hicieras esto, pero no me escuchaste. Negaste mis deseos de retiro en una aldea bábara dedicado a mi pasión escritora y me impusiste el yugo más pesado.

¡Que duro ha sido todo desde que me ajustaste en el dedo el Anillo del Pescador! Desde que apuré este cáliz de lagrimas apenas he sonreído. Tuve que mirar a los ojos a las víctimas de mis propios hermanos, sentí vergüenza de la compañía de mis pastores en el rebaño: el lobo cuidaba los corderos.  Padre, estoy cansado. Tu rebaño es inmenso, Señor... Tuve que luchar con los carneros que fiscalizaban el pasto, tuve que atender a ovejas descarriadas y alejar a los perros que mordían...

Navegué a sobre aguas revueltas y con vientos en contra cuando parecía que incluso tú, te habías dormido. Yo, tu lugarteniente, he tenido que enfrentarme a la marinería desconfiada, he sufrido motines de mi propia tripulación. En secreto conspiraban y quizá me aguardaba ya el veneno. Junto a mi bitácora conservo informes explosivos y secretos que arruinaron mi moral y avivarían el escándalo. Ninguna llave parece capaz de apartarlos de los espías del Maligno. Mis propios hermanos conspiran contra mí.

Soy un anciano, Señor. No me quedan fuerzas para apacentar tu rebaño. Tus ovejas se agitan inquietas, y su pastor camina con paso vacilante. No temo el esfuerzo, no temo el cansancio; pero hay mejores pastores y las ovejas no son de mi propiedad. No quiero ser un estorbo en su peregrinar ni permitir a los lobos atacar el rebaño porque conocen las debilidades de su pastor.

Hoy, Dios misericordioso, solicito humildemente que me permitas devolverte las insignias de poder y sea de nuevo una anónima oveja de tu rebaño. En escorzo, escondido del mundo, te rezaré, te alabaré desde la música de Mozart tocada al piano en alguna celda del convento, desde las lecturas políglotas con unos ojos cansados, desde mis calladas plegarias de jubilado...

A ti me encomiendo en este día. En mi próxima oración, mi voz sonará más débil, mi rezo parecerá pequeño;  pero lucirá risueño, será feliz. Tengo miedo. ¿Quién no lo tendría? Pero tengo fe. Sé que no me he equivocado.

Capilla del Vaticano. 8 de la tarde. 28 de febrero de 2013.

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