sábado, 2 de mayo de 2015

En la oficina del copyright


Muchos buscamos el invento que nos hará ricos. Algo tan increíblemente sencillo y evidente como un caramelo con palo o una balleta al final de un bastón. Quizás la necesidad nos haya obligado a diseñar unos pañales muy eficientes o un cierre con velcro. Acaso importamos el genial invento de la hamaca tras descubrir lo sencilla, cómoda y eficaz que resultaba para evitar los mareos en los barcos. Puede que no nos demos cuenta de lo higiénico y eficiente que resulta el váter y el bidet. El caso es que estamos rodeados de inventos que nos dulcifican la vida y algunos son tan simples y accesibles que nos asombra que no se nos hayan ocurrido a nosotros mismos. Pero, ilusionados por la halagüeña  perspectiva del fácil enriquecimiento, nos ponemos a pensar en algo novedoso, creativo, rotundo... y, con una humillante sensación de nulidad, llegamos a la conclusión de que todo lo que merece la pena ya ha sido inventado. A veces exploramos alguna idea con posibles; por ejemplo a mi hermano Javi se le ha ocurrido una aplicación de móvil para reconocer setas (esto, tras muchas jornadas de dudas existenciales sobre la toxicidad de algunos ejemplares de apariencia apetitosa); o a mí mismo, que pagaría unos cuantos euros por una aplicación que me ayudara a encontrar los servicios en el Corte Inglés de Nuevos Ministerios... Pero, al final, a nuestras ideas le falta la chispa, la originalidad o la utilidad contrastada con nuestros semejantes.
Muchas veces nos quejamos amargamente de que se nos han colado en la fila de la oficina de  patentes. ¡Joder, -decimos cabreados- si el palo del selfie se me había ocurrido a mí hace tiempo...! Otras planteamos ideas que, casi con seguridad, ya han sido puestas en práctica (a mí se me ocurrió obligar en todas las nuevas construcciones de viviendas a instalar un sistema de varios tubos en cada piso para arrojar directamente la basura  y así poder separar en origen sin dificultad alguna: cada tubo conduciría a un depósito diferente en los sótanos o parte baja que podría descargar con facilidad en los camiones de recogida).

Pero, querido lector, el genio aparece a veces tras una búsqueda, a veces tras una equivocación y, otras, es fruto de una observación atenta. Ahí está implícita la necesidad, o la sorpresa y; también, el expolio de la enorme sabiduría de la naturaleza. Ella, autora de infinitos inventos, nunca patentó nada.

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