No quiero dejar pasar, sin recogerlos al vuelo, el desfile de sensaciones que me invaden: la caricia del tibio sol de mayo, el fresco beso del aire de la mañana, la alegría de los diminutos estandartes de la avena al viento, la devota reverencia de las espigas al sol de las diez en punto, la falange de tallos perfectamente formados con sus carcaj de espiga repletos de saetas afiladas, el vuelo errático de los insectos... Apoyo mi espalda en la rugosa y áspera corteza del tronco gris y miro los incontables abanicos de sus hojas creando reflejos parpadeantes con su envés al capturar el sol. Los pájaros planean a medio metro sobre las espigas y el viento aúlla suavemente, como disculpándose por asustarme. Una avispilla se inclina sobre el amarillo mantel de pétalos de un diente de león; desayuna -son las 10- el néctar almibarado que le ofrece la flor. Más allá, lejanas, a más de un kilómetro en el horizonte se alza la franja gris de las naves industriales: el polígono de Cabanillas. Ante ellas se distinguen, veloces, los vehículos que circulan por la carretera que lo rodea. Hacia el sur, bajo el sol que se levanta sobre la árida ladera del Valle del Henares, se extiende un arrugado manto de cárcavas y barrancas, cubiertas apenas por una vegetación rala, verdinegra, que apenas destaca contra los ocres de la arcilla reseca. Es un horizonte oscuro de sombras borrosas, territorio de conejos y cazadores en el que solo ellos se aventuran. Enfrente de mí, a un centenar de pasos, se alzan, bien cuidadas, las moradas hileras de los ciruelos japoneses del vivero y el verde brillante de los arces.
Yo, que plantaría mi tienda para prolongar en una eternidad este instante de reposo, me levanto pues he de seguir. Ha sido solo un respiro, un pausado descanso, en el agradable caminar del paseo de las mañanas. Hoy, mayo, pasaste junto a mí y no pude evitar tomar prestado un puñado de tu hermosura.
Me gustan estos relatos que se escriben bajo la sombra de un árbol. Yo también lo hago en alguna ocasión. Mi libreta me acompaña en los paseos campestres. También me siento y observo a mi alrededor viendo las alfombras de cereales mecidas por el viento, oyendo los zumbidos de los insectos o los cantos de los pajarillos, sintiendo el aroma penetrante del orégano y el tomillo. En alguna ocasión también puedes ver algunos animalillos terrestres: lagartijas, topillos.... y hasta algún conejo despistadillo.
ResponderEliminarHay dterminados impulsos escritos en los genes, algo en el biosoftware de la especie, que nos empuja l reencuentro con la naturaleza... Más de un millón de años de vida en íntimo contacto con ella no se borran en unas pocas décadas.
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