martes, 8 de marzo de 2016

Esa mula para esta...

Es 8 de marzo. Mi mujer, Charo, celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora comiendo con sus compañeras de trabajo. Cada año se reúnen en algún restaurante de Guadalajara no muy caro y allí ,sin sus maridos, celebran en la exclusividad de su género este día especial. A mí me encanta que se vea con sus amigas del trabajo. Se lo merece y le hace feliz. Yo, por mi parte, voy a celebrar este día señalado contando la historia de una mujer excepcional, una trabajadora incansable, una persona ejemplar.

Nació en Ayuela, un pequeño pueblo del norte palentino hace ahora 87 años. Era la menor de tres hermanos. El mayor pronto se interesó  por los estudios eclesiásticos,  acudió a la preceptoría del vecino pueblo de Barriosuso y llegó a estudiar en León; finalmente acabó casándose y ocupando puesto de secretario en varios  pueblos de la provincia. El mediano, apenas terminada una escolarización elemental, se puso a ayudar a sus padres en las tareas del campo. En casa quedaba la pequeña, menuda y avispada, que compaginaba sus deberes escolares en los que destacaba con ayudar en las múltiples actividades que requería una familia labradora en la década que precedió a nuestra guerra civil.

Era aplicada (aún conserva cuidadosamente sus cuadernos escolares amorosamente realizados con una letra elegante y llenos de actividades y dibujos). Recuerda a menudo a sus maestros que la tenían en gran estima. También recuerda a un tío suyo que era cura y vivía en su casa. Aquel clérigo, de las pocas personas ilustradas de la época, sentía una especial predilección por su sobrina a la que dejó en herencia una preciada máquina de coser alemana Singer de las que había muy pocas por entonces. La moza destacaba, aprendía deprisa y mostraba interés por los estudios. Sólo la obligación de ayudar en casa le impedía estidiar todo lo que hubiera querido.
Cuando estalló la guerra, a mitad de sus primeros estudios, hubo de dedicar mucho más tiempo aún al trabajo en casa. Con su hermano mediano combatiendo como voluntario y sus padres agobiados por la necesidad del momento tuvo que multiplicarse: rellenar los nuevos cuadernos de la escuela  (ahora con nuevos contenidos al estar en el bando nacional), cuidar de los animales, ir a por hierba, cocinar para todos, arreglar la casa, hacer todo tipo de recados, ayudar a los vecinos necesitados... Para ser una muchacha de doce años no le faltaron aventuras: viajar de noche con la mula por caminos y senderos secundarios hasta un pueblo lejano para moler el trigo a escondidas, acudir con la yegua allá donde la necesitaban, salir al paso de un encuentro con el lobo en medio de un camino solitario... Incluso fue invitada por los italianos a un paseo aéreo en un avión de guerra.

Terminada la guerra continuó siendo necesaria en el hogar familiar. Al verla tan despierta, un amigo de su padre, le dijo señalando a la mula de la familia: "Marcial, esa mula para esta. Hazme caso, esta chica vale". Pero aquella niña de entonces, por más que querida y valorada por su padre, era considerada imprescindible en casa. La mula sirvió a fines más perentorios y no pudo, como era su deseo, ser vendida para pagarle una academia en Saldaña. Así que, a la fuerza conformada, continuó contribuyendo con su trabajo a la economía familiar durante muchos años hasta que llegados los treinta y cinco se casó con un buen mozo, serio y aplicado, que trabajaba en el  pueblo pero que pronto sacaría unas oposiciones a agente judicial. De aquella noche de bodas tuvieron un hijo que nació nueve meses después. Permanecieron apenas un año en el pueblo y se trasladaron a Carrión de los Condes, donde el marido encontró trabajo. Allí alquilaron una casa baja y pequeña, y vivieron  durante algunos años mientras venían al mundo dos niños más con intervalos apenas de año y medio cada uno. Así que, la buena mujer, se encontró con tres criaturas que cuidar y atender con un sueldo escaso en la España de la postguerra. Pese a tantas necesidades lograron ser felices. Las vecinas recuerdan con cariño aquella resuelta mujer con sus tres niños pequeños que tenía tiempo para todo y no dejaba de llevarles de paseo a diario por el pueblo o a la orilla del río.

Algunos años después el marido logró una plaza en Burgos. Se mudaron entonces a una vieja buardilla en el extrarradio haciendo equilibrios cada mes para poder vestir y alimentar a su prole. Además los niños empezaban a ir al colegio con los gastos añadidos que supone. Pronto vino el cuarto hermanito, sin un pan bajo el brazo  precisamente. La emprendedora mujer hizo un curso de corte y confección para poder vestir con telas de saldo a sus hijos y aplicó tales recortes al gasto familiar que ni imaginamos en la crisis actual. Incluso estuvo a punto de estudiar por su cuenta unas oposiciones a agente judicial para colaborar con otro sueldo a la economía familiar.  Durante los siguientes cuarenta años su jornada laboral comenzaba con la madrugada y se prolongaba por las noches cortando y recosiendo. Se convirtió en eficiente economista conocedora de los ultramarinos más baratos, experta en gangas, ofertas y saldos. Estaba en el secreto de los lugares donde se vendían recortes de galletas a precio rebajado, sabía de los establecimientos que vendían la carne de ballena más barata, compraba casi exclusiva de alimentos de temporada, pateaba las plazas y mercados siempre alerta a la aparición de rebajas... Su ojo clínico para las compras la hacían muy solicitada por las vecinas que la llamaban cuando necesitaban comprar algo. Aprendió de todo, administró las emergencias con eficacia y nunca faltó en casa de comer, ni sus hijos carecieron de un digno vestido que ponerse, ni su marido echó en falta una camisa límpia cada día; aunque ella misma descuidara su aspecto por mejorar el de los demás.
Siempre cumplió con sus familiares y amigos. Encontró tiempo de donde fuera para visitarles cuando enfermaban o tenía oportunidad. Y, siempre alegre, llevó a sus hijos de excursion a los montes y bosques en torno a la ciudad muchas veces, andando y merendando luego en el campo.

Aún hoy, cuando las fuerzas le abandonan, sigue haciendo la comida y la cena en su casa. Si es visitada se esforzará una vez más en preparar algo especial. Todavía se ocupa de las tareas del hogar aunque muchos días se encuentra muy cansada. Y sigue siendo la encargada de relaciones públicas familiar pues es la más eficiente pese a su vejez.

Ahí sigue causando admiración en quienes la conocen. En el Día de la Mujer Trabajadora puede decir orgullosa que ni un sólo día de su vida dejó  de trabajar. Esa gran mujer se llama Margarita y es mi madre.
Una de sus amigas y admiradora, Hilda, escribió esta nota
en el día de la madre. Inmejorable muestra de sus cualidades
y de los sentimientos que provoca en los que la conocen.

1 comentario:

  1. Leí a mis alumnas este texto. Hacía tiempo que lo compuse. Me sentía seguro en su contenido: lo conocía bien.
    Lo que no esperaba es emocionarme hasta casi saltárseme las lágrimas. Al final mi voz se quebró. Esa debilidad me pareció hermosa.

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