Así que, a pocos días de comenzar la primavera, circulo por la comarcal ojo avizor a las cunetas, donde la carretera hace de vierteaguas y riega las orillas dejando un reguero de flores.
Me gustan los caminos con sus costados en flor: malvas, margaritas, dientes de león, crocus, amapolas, pequeñas campanillas... Me fascina la humilde belleza de lo pequeño, la que te obliga a detenerte y a agacharte para percibirla. La que invita a la mano a sentir diminutas caricias, la que juega en los ojos con diminutas explosiones de color, la que se adentra, perfumada, suavemente por la nariz inspirando aromas de tomillo y manzanilla, la que se acompaña del zumbido de las abejas que revolotean zigzagueando entre las flores, la del sabor a mora y a frambuesa...
Se acerca la primavera. Lo dicen las primeras flores, los bulbos que asoman sus dientes sobre la tierra; los campos que se adornan con alfombras de verdes lazos. El cambio de estación ya está aquí. Se va un invierno que no llegó. Llega la esperada, la deseada, la nueva estación. El cuerpo nos pide flores.
¿Hay algo más hermoso y accesible que una cuneta florida en primavera?
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