Nosotros, en Burgos, celebrándola en la forma tradicional, acompañando a nuestros ancianos padres a los que aprovechamos a ver en fechas como estas: vacaciones y cumpleaños principalmente.
Vengo a Burgos y cada año me da la impresión de que la ciudad ha envejecido décadas. Será quizás el efecto de acompañar a mis padres por las rutas de la ancianidad: paseos a la orilla del río Vena, tardes soleadas en la abrigada plaza cercana, la cita diaria a misa de 12, tardes de telenovela o de procesiones televisadas... Y si hay fútbol, cita obligada en esa cadena para entretener a mi padre con una de las poquísimas cosas que aún le interesan en la vida. Paseo por la ciudad y veo las calles llenas de ancianos que caminan lentos, encorvados.; Asidos a la escasa seguridad de su bastón, apoyados en el brazo algo más fuerte de algún familiar, con la mirada asustada de quién teme no llegar.
Burgos decae. Se convierte cada año un poco más en una ciudad de jubilados y pensionistas. Las iglesias están llenas de viejos. De vez en cuando alguna joven alegra la serie de rostros arrugados en los fila sobre los bancos. Muchas miradas se dirigen a ella con curiosidad. A veces aparecen algunos niños contemplados con envidia y simpatía por el resto de los ancianos feligreses. Las canciones suenan tristes y lentas en los altavoces, en ocasiones es el cura el único que canta... Misas solemnes, Vía crucéis, Oficios, Vigilias... las celebraciones litúrgicas se suceden. Mi madre intenta acudir a las que puede. A veces visita las tres iglesias es los alrededores de su casa.
Al anochecer, en estos días amables, el centro se llena de gente. Hay muchos turistas por las calles y plazas. La Semana Santa Burgalesa tiene cierta fama, sobre todo por el marco incomparable donde se desarrollan las procesiones; la catedral y el Arco de Santa María ofrecen un encuadre difícil de superar. Este año, no sé la razón, descubro un mayor respeto ante el desfile de los pasos (hubo algún año en que incluso alguna moto cruzó por entre los cofrades). Especialmente hermosa y emotiva es la procesión del encuentro con dos imágenes muy realistas: "La Virgen tiene una mirada que su dolor parece que te traspasa con los ojos" -dice mi madre. Pero lo que más me impresiona a mí es la música, sobre todo los tambores con sus ritmos simcopados, y sus repiques ora floridos, ora austeros y graves. Observo que estos años han renovado repertorio la mayoría de las bandas. Aún recuerdo aquella banda multitudinaria de niños y jóvenes del Círculo Católico con sus jóvenes cornetas y sus tambores, casi niños, ataviadas con sus capas blancas con una cruz de Santiago estampada en el pecho. El bramido de los tambores y el petardeo de las cajas era impresionante. Me fascinaba que fueran tan jóvenes y tan disciplinados. Me admiraba la seguridad y maestría de aquel adolescente, director de aquellas centurias, con el brazo en alto volteando la corneta en el aire a golpe de muñeca para marcar la entrada a los clarines al unísono.
Burgos está muy limpio este año. No se ve un papel por el suelo. Y la gente parece más respetuosa y menos crispada. Con calma, relajadamente, se agolpan en el recorrido de las procesiones, en las calles de más ambiente. En los bares y restaurantes no cabe un alfiler. Me imagino, horrorizado, que estos lugares son el sitio ideal para un atentado yihadista. Apartó inmediatamente esta idea de mi cabeza por si este solo pensamiento pudiera inspirar a algún terrorista suicida de paso por esta vieja ciudad.
Mañana, domingo, volvemos a Guadalajara. La semana que viene retornamos a la rutina diaria. La primavera se ha instalado con antelación en el palco del calendario. De nuevo comienza la función de la vida renovada.
Es verdad lo que comentas. En las iglesias solo encuentras viejos, como bien dices. Jubilados, ancianas de paso lento.
ResponderEliminarMe llama la atención como las procesiones varían según las regiones. En cada sitio muestran sus señas de identidad.
Desde la exageración procedente de las tierras andaluzas hasta la sobriedad de los pueblos del Norte, como en este caso podría ser una ciudad de Castilla-León.
Este año pasé por Vitoria y me llamó la atención el silencio durante todo el recorrido. Quizá algo sosa.
Quizás ni una cosa ni otra.
Juicioso comentario. La Semana Santa vista con ojos varios.
ResponderEliminarSí, en llegando cierta edad, la devoción resucita cuando el feligrés ve las orejas al lobo.