"Un joven circula con la ventanilla abierta. Los altavoces de su coche a todo volumen. La música realmente molesta a todo el mundo (también a él, aunque no parece darse cuenta... en pocos años padecerá una sordera entre leve y media). Le hago un gesto (me tapo los oídos cuando pasa a mi lado...). Él para el coche. Asoma la cabeza elevando el mentón desafiante:
- ¡Qué pasa!
- La música -replico-. Algunos padecemos de los oídos y nos molesta...
- ¡Pues a mí me mola...!
Y se marcha acelerando a modo de provocación."
"Aproximadamente una vez cada semana, durante todo el año, uno o varios aviones militares sobrevuelan Alcalá en nuestra vertical. Muchas veces nos sorprenden cuando estamos explicando la lección. Cesa la charla. Nos quedamos callados hasta que desaparece el ruido de sus reactores."
Finales de otoño, primavera y verano. "Cuando llegamos al cole ya vemos con el rabillo del ojo que están ahí, preparados con su turboventilador para arrastrar hojas y papeles mediante las máquinas sopladoras del ayuntamiento. Pedimos al cielo que, por favor, no se les ocurra hacerlas funcionar cuando estamos en clase (a veces a menos de 10 m.) Es inútil. Se pasarán varias horas regalándonos el petardeo de sus tubos (y nosotros, para nuestra desgracia, sin sus cascos protectores)."
Un día de mayo. 12:10."Un grupo de profesores toma un ratito el aire durante el recreo a la puerta del cole. Una pareja montada en un quad (¿pueden circular estos vehículos por la ciudad?) pasa delante de ellos por la calle San Ignacio de Loyola. El ruido de este vehículo todoterreno de moda es sumamente molesto. Puede que el escape esté trucado pues suena escandalosamente alto. Al pasar a nuestro lado se le hace un gesto: "ese ruido nos molesta..." La pareja de jóvenes que lo conduce nos mira sorprendida. Siguen sin hacer caso y nos dedican varias vueltas más de regalo ante nuestras narices con motor zumbando a tope. Y una sonrisa provocadora de postre..."
Varias tardes de abril, sobre las 4 de la tarde."En las pistas de la Chana un grupo de chicos aficionados al modelismo prueban un modelo de coche de fórmula 1 a gasolina. El motor zumba nervioso. Están entusiasmados con su modelo. Nosotros pacientemente cerramos todas las ventanas, las persianas... pero es inútil. El agudo zumbido del escape penetra incluso las paredes... la diversión aún durará 1 hora más."
Son solo unos ejemplos de lo que, sin duda, es una costumbre arraigada. Basta pasearse por los bulevares, entrar en los bares, asistir a una fiesta, visitar una discoteca e incluso mantener una conversación con familiares y amigos. Pese a que pueda parecer yo el intolerante, intento hacer ver a la gente que ese ruido no es saludable, que las conversaciones se pueden mantener a menos decibelios... es inútil. Termino por alejarme del lugar y buscar un sitio más tranquilo donde intento relajarme en soledad.
25 de mayo. Campa de la Chana. Junto a la valla.
"Parece que se aproximan las fiestas de la Chana. El Ayuntamiento envía a sus empleados a preparar el terreno. Los cortadores de césped petardean durante toda la mañana. Nosotros a pocos metros, en clase..."
Muchas veces he pensado en la manera de hacer comprender a los "tolerantes del ruido" lo agresivo que puede resultar su conducta. Incluso he pensado extrapolar esta sobreexposición a otros sentidos, a ver si me entienden. Imaginaba lo que podría pasar si me hacía con un potente flash e iba soltando fogonazos a los ojos de la gente. ¡Oh, sí: pondrían en grito en el cielo! También podría probar a cargar de sal el plato de mi interlocutor gritón con unos diez o doce golpes de salero. O, aliviar mis intestinos, liberando algunos gases en las proximidades de algún grupo ruidoso. O descalzar mis sudados "pinrreles" en medio de un restaurante embarullado... Cuando los enfadados parroquianos se me encararan les replicaría con una amplia sonrisa: ¡Pues a mí me mola!
Todo esto es verídico. Y podría poner otros casos...
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