El verbo es la única categoría léxica con predicación completa. Un verbo ya es una frase, ninguna otra palabra tiene ese potencial. Es tal su poder que fagocita al propio sujeto incorporándolo a su morfema.
Es el verbo un concepto puramente cinematográfico. Contra la fotofija del sustantivo, contra el color de cinemascope del adjetivo; el verbo asume el desarrollo de la trama, la continuidad del guión, la dinámica del montaje. El verbo es el viaje del sustantivo, la conversión del adjetivo... Movimiento, dirección, acción. Tan solo los degenerados verbos copulativos se inhiben de impulsar al sustantivo limitándose a ser el estático pegamento de simples etiquetas.
Ninguna categoría gramatical tiene tal cantidad de flexiones. Porque hay muchas maneras de hacer las cosas y con diversas intenciones, muchos tiempos en que se pueden realizar y diferentes personajes que las pueden ejecutar. Es curioso que cuando se idean pictogramas los verbos siempre son los más complejos: incluyen generalmente rasgos del lenguaje de los cómics que les aplican movimiento (flechas, líneas de acción, rasgos de desplazamiento).
En la narración el verbo emprende la galopada y sobresalta el reposo del sustantivo, atosiga al adjetivo... tan solo el adverbio atempera su impulsividad. El verbo provoca la mudanza de sus acompañantes en la frase, determina sus destinos, desplaza figuras y sentimientos por la trama, ejecuta la partitura coordinando las notas en los compases del texto, provocando la danza de las palabras.
En el principio fue el verbo. Y desde entonces su triunfo en el lenguaje fue imparable: Llegó, vio, venció.
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