Así que en las meteduras de pata, los fracaos, las pifias; está el motor del desarrollo del mundo siempre que se sepan aprovechar. Confrontemos pues el análisis con la vergüenza de reconocernos zotes y palurdos a veces, que los grandes hombres también metieron la pata.
Son conocidas algunos fallos notables en la historia de los científicos más venerados: Desde el lapsus de memoria de Albert Einstein que no lograba recordar la ley de Ohm en una conferencia, hasta las más de 1000 pruebas que hizo Thomas A. Edison sobre distintos filamentos para conseguir una bombilla eléctrica eficaz. De hecho cuentan que usó incluso uno de sus cabellos como filamentos. Como él mismo decía: con cada fracaso estamos un poco más cerca de encontrar la verdad.
Por lo tanto ahí van algunos de mis fracasados experimentos.
Yo era logopeda en el cole de Torres de la Alameda y disponía de un pequeño cuartucho en el recodo de la escalera de acceso al primer piso. En este diminuto espacio tenía mis carpetas, lotos, puzles y elementos de soplo. Poco material, pues el dinero era escaso. Intentaba buscarme la vida (compraba pelotas de ping-pong en todo a 100, desplumaba los plumeros para hacerme con sus plumas...) y estaba alerta a aprovechar cualquier cosa que sirviera a mis fines logopédicos. En una ocasión, pasando un fin de semana en las Lagunas de Ruidera, recogí en las proximidades de la Cueva de Montesinos (famosa cueva en la que tuvieron encerrado a D. Quijote, según relata Cervantes) unas espadañas del río que yo sabía podían deshacerse en vilanos algodonosos que levantaban nubes espectaculares con cada soplido. Así que corté un buen número de ellas y las llevé, gozoso, a mi cuartucho. Allí estuvieron reposando en una alta estantería durante unos días al calor del radiador y, un fin de semana, eclosionaron inesperadamente miles de larvas depositadas entre sus espadañas por algún insecto alado. Una legión de diminutos gusanillos se desperdigaron por las repisas, paredes y techos. Desde allí y sujetos por finos hilos se suspendían a media altura conformando espectacular descenso en rappel o un puenting multitudinario. Cuando, madrugador, llegué el lunes a mi pequeño cuartito lo encontré así invadido. Apenas tuve tiempo de quitar y limpiar aquel descenso larvar en paracaídas antes de que mis niños descubrieran horrorizados (o quizás divertidos) el espectáculo.
"El misterioso caso de la nevera maloliente"
Mis suegros son naturales de Palomares del Campo, un simpático pueblo conquense. Allí tienen una casa y en el medio del patio un pozo. Un día, comentando la circunstancia de que las plantas de las jardineras se les secaba en verano cuando, por ausencia, se quedaban sin regar algunos días; se me ocurrió instalar un sistema de riego automático que usara agua del pozo y se controlara con un programador corriente de los que venden para los domicilios. Como el pozo estaba al aire libre hube de empotrar una caja registro con tapa impermeable adosado a la pared del pozo unido a los cables que alimentaban la bomba. Así que un verano realizamos la instalación y comprobamos su buen funcionamiento. Empotramos la caja bien envuelta en cemento y colocamos cuidadosamente la tapa. Como terminaba ya el otoño, recogimos la casa y nos vinimos para Arganda del Rey dispuestos a pasar el frío invierno en un lugar más cómodo para los rigores de la estación. En los congeladores de las dos neveras quedaron algunos kilos de panceta, chuletillas, quizás alguna merluza... aparte de la mantequilla y otros productos que permiten su conservación en las mismas. Todos los años se hacía así y nunca había surgido ningún problema.
Pasados unas semanas, en una visita de rutina para comprobar que todo estaba en orden, una de las primas de mi suegra sintió nada más entrar el desagradable hedor de la carne descompuesta. Si encima no funcionaba la luz, la conclusión era clara: los fusibles se habían fundido y los congelados, sin el frío que los preservaba, se habían podrido echado a perder.
Se cruzaron muchas especulaciones sobre la causa de la sobrecarga en los fusibles pero ninguna parecía razonable.
Yo me temía conocer la posible causa de aquel desaguisado. En el verano siguiente abrí cuidadosamente la tapa estanca del registro y comprobé aliviado que, efectivamente, no dejaba pasar agua de lluvia. Pero, con lo que no había contado, es con la propia humedad del cemento que, condensada sobre la pared del registro había humedecido los cables ocasionando un cortocircuito del que quedaba constancia en forma de restos de hollín en un rincón. Una vez seco el cemento, todo funcionó después a a la perfección, pero la causa de aquellas neveras apagadas sigue siendo un misterio en la familia...
Podría seguir relatando muchas de estas pifias notables de las que he aprendido mucho en la vida.
Podría escribir relatos sobre el invento detector de bilabiales que, a base de papel albal, un led y una pila; realicé para que uno de mis alumnos "visualizara" cuando hacía realmente bien el fonema juntanto los labios... pero el alumno, al ver instalado semejante aparataje en la cara, dijo "nanay" y con razón.
Podría describir largamente cómo ideé unos programillas para unos viejos ordenadores amstrad, ya obsoletos, en el cole desarrollando con mis incipientes conocimientos de programación en basic programas para buscar números primos, realizar divisiones y raíces cuadradas (algoritmo incluído, incluso graficando su explicación geométrica en la pantalla). Horas y horas de esfuerzo para que los viejos ordenadores se deshecharan sin apenas usar mis anticuado software.
O como construí una motora a base de contrachapado y motorcillos a pilas para realizar una carrera nocturna por el río Vena, en Burgos, en sana competición con un amigo que aportaba su propio prototipo. Aunque gané la prueba, mi barco volcó y continuó a modo de submarino durante un buen tiempo con todo el casco inundado las hélices (en principio aéreas) sumergidas y las luces iluminando el lecho del río... en realidad no fue una pifia sino una gratificante experiencia naval....
O podría hablar de mis blogs escolares de "seguimiento cero", o mis películas de dibujos animados de incontables horas de esfuerzos con "fracaso" de crítica y público, o mis "talleres científicos" de nulo reconocimiento... y estas últimas pifias duelen más, pero ahí seguimos pifiándola cada día. Y en esas seguiremos pues nadie es perfecto, excepto el profe, como digo a mis alumnos. El profe nunca se equivoca: cuando alguien la pifia, se trata de Jesús.
Cuántas aventuras, desventuras, pifias o como quieras llamarlas. Gusanos que hacen puenting, neveras malolientes,carreras nocturnas, talleres científicos.... ¡Qué de cosas se te ocurren! El que tiene boca se equivoca. ¡Feliz fin de semana!
ResponderEliminarA veces, como un niño, juego con la realidad... y la pifio. Pero me divierto y eso es impagable. espero no abandonar nunca este espíritu infantil, pero cada vez es más difícil.
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