Aquellas relaciones forzadas siempre terminaban mal. El diablo, mucho mejor armado, acababa liándola y ambos quedaban encadenados en una maraña de tiranteces y forcejeos. En la lucha del bien contra el mal, el ángel quedaba rodeado de cadenas mientras el diablo le pinchaba con la triple lanza de su tridente.
Entonces Charo acudía a Jesús y le pedía ayuda para separar a los contendientes. Jesús tomaba entre sus manos el pequeño diablo de Tinanfaya y el plateado angelito de la flauta y, pacientemente, deshacía los nudos de la cadenilla. (Haz clic en la imagen)
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