lunes, 24 de noviembre de 2014

Rémoras.


Las rémoras son pequeños pececillos que viven y viajan adheridos a otros peces mayores. Así, por ejemplo, un tiburón nodriza puede cargar durante toda su vida con varias rémoras que se fijan como ventosas a su lomo y le acompañan hasta su muerte.

En nuestro viaje por la vida también nos acompañan nuestras particulares rémoras. Pocos habrá que viajen ligeros de equipaje, casi desnudos como los hijos de la mar; como decía el poeta. Voy a hablaros de mis propias rémoras, mis personales parásitos.

Por un lado están las rémoras inanimadas e inútiles, los objetos que un día adquirimos y que finalmente no sirven para nada pero dejamos por ahí, por la pura pereza de quitarlos, de deshacernos de ellos. Algunos los veo a diario en mi hogar: la cubertería que nunca usamos, el dispensador de cerveza roto que jamás llegó a funcionar, o la llave del registro electrico que compré de hueco cuadrado cuando la necesitaba triangular... han pasado quince años y todavía la encuentro en el cestillo de la mesa de la cocina de vez en cuando.

Por otro lado, almaceno por doquier objetos potencialmente útiles pero con un costo de almacenaje tan alto que su conservación pierde sentido. Sin embargo ahí están: apilados en el garaje tengo una buena provisión de cables, tornillos, frascos, botellas, plásticos... Se hizo necesario construir un altillo para colocar todas las cajas que contienen esas rémoras útiles. No soy el único: mi mujer acumula también conservas, vajillas, ropa...

Dentro de la gigantesca ballena de los recuerdos también viajan las rémoras de tiempos pretéritos: los apuntes de la facultad, antiguos escritos, viejos libros, anticuados fetiches... Su valor sentimental justifica, quizás, su compañía. Siempre dependerá de como será mi travesía: si la travesía de la vida exige una mochila ligera, lo mejor será desprenderse de ellas.

Siempre es difícil deshacerse de las rémoras de los sentimientos. Se adhieren como lapas, se pegan como ventosas y nos arrastran al fondo. A veces hay que arrancarlas con dolor y dejan heridas...

Las rémoras del pensamiento se fijan profundamente en nuestra mente. Extirparlas exige delicadas operaciones a cargo de doctores expertos. Algunas rémoras llegan a apoderarse del puente de mando y dirigen nuestra navegación. Solo nos libramos de ellas con cirugía, con una pequeña carnicería, pero muchas veces se hace necesaria.

Quiero despojarme de mis rémoras. Despediré a mis huéspedes. Alzaré mi espalda encorvada por el peso de esta mochila llena de objetos innecesarios. Y seré ¡libre!

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