Se subliman en mi memoria, ya casi etéreas, las imágenes escolares de mi más lejana infancia.
Mi primer colegio, El Zapatito, me produjo una impresión imborable. Apenas traspasada la puerta avancé por un largo y claro pasillo de la mano de mi madre y precedidos por una monja mientras a mi izquierda se desplegaban sobre las paredes los más maravillosos dibujos que jamás había visto. Entre las imágenes impresas en el pequeño álbum de mi memoria nunca había visto ratones de colores tan vivos y gestos tan expresivos, gatos tan juguetones, animales de muchos cuentos aún por escuchar... Luego, no sé como ni cuanto tiempo, acudí a ese colegio de cuyas aulas no guardo recuero, pero sí de su patio, alegre y lleno de niños con un gigantesco tobogán de cemento y un arenero descomunal entre grandes troncos de árboles. Muchas veces, años después, he querido pasar a visitar este colegio (aún en activo) y curiosear su patio por si encajaba en mis recuerdos. Aunque permanece un amplio espacio (el antiguo patio de recreo probablemente, no queda ni rastro de aquel mágico tobogán; sólo modernos y funcionales edificios de viviendas. Asomado a su pasillo no queda, siquiera pálido y desconchado, alguno de aquellos dibujos murales que impresionaron mi imaginación infantil.
Imagen del patio de infantil en el colegio "El Zapatito Blanbco" en la actualidad.
No hube de estar mucho tiempo allí, pues mis recuerdos se acaban en estos detalles. Sé que después acudí al colegio del Círculo Católico que tenía un patio minúsculo donde jugábamos un montón de crios, felices pese a la estrechez del recinto. Aún mantengo con cierta nitidez la imágen de las cajas de varillas de hierro donde traían las botellas de leche (de unos 200 ml) que nos daban en el recreo. Un retal de la memoria tiene fijada la imágen de una de aquellas botellas de cristal rota y su blanco contenido desparramado y hundiéndose por la rejilla central del suelo empedrado.
Mi primer colegio, El Zapatito, me produjo una impresión imborable. Apenas traspasada la puerta avancé por un largo y claro pasillo de la mano de mi madre y precedidos por una monja mientras a mi izquierda se desplegaban sobre las paredes los más maravillosos dibujos que jamás había visto. Entre las imágenes impresas en el pequeño álbum de mi memoria nunca había visto ratones de colores tan vivos y gestos tan expresivos, gatos tan juguetones, animales de muchos cuentos aún por escuchar... Luego, no sé como ni cuanto tiempo, acudí a ese colegio de cuyas aulas no guardo recuero, pero sí de su patio, alegre y lleno de niños con un gigantesco tobogán de cemento y un arenero descomunal entre grandes troncos de árboles. Muchas veces, años después, he querido pasar a visitar este colegio (aún en activo) y curiosear su patio por si encajaba en mis recuerdos. Aunque permanece un amplio espacio (el antiguo patio de recreo probablemente, no queda ni rastro de aquel mágico tobogán; sólo modernos y funcionales edificios de viviendas. Asomado a su pasillo no queda, siquiera pálido y desconchado, alguno de aquellos dibujos murales que impresionaron mi imaginación infantil.
Imagen del patio de infantil en el colegio "El Zapatito Blanbco" en la actualidad.
No hube de estar mucho tiempo allí, pues mis recuerdos se acaban en estos detalles. Sé que después acudí al colegio del Círculo Católico que tenía un patio minúsculo donde jugábamos un montón de crios, felices pese a la estrechez del recinto. Aún mantengo con cierta nitidez la imágen de las cajas de varillas de hierro donde traían las botellas de leche (de unos 200 ml) que nos daban en el recreo. Un retal de la memoria tiene fijada la imágen de una de aquellas botellas de cristal rota y su blanco contenido desparramado y hundiéndose por la rejilla central del suelo empedrado.
Que también estuve, algún día quizás, en las escuela de Ayuela (el pequeño pueblo de mis padres) lo prueba que puedo recordarme sentado en antiguas mesas de madera sobre tarima de madera con una estufa de leña en el centro y la imagen de la preparación, a media mañana, de la leche en polvo que, gracias a la ayuda americana -creo-, nos daban en la escuela. Esta escuela estaba encima del bar actual, en el edificio del ayuntamiento.
Después del Colegio del Círculo estuve algún tiempo en el Colegio San Pablo. Las imágenes que conservo de allí son las de una gran aglomeración de alumnos gritones en clases bastante abarrotadas. De alguna manera fue para mí desconcertante esta algarabía, pero recuero haber hecho buenas migas con algunos de los compañeros. Ellos me enseñaron a hacer pompas de jabón con ayuda de los dedos índice y pulgar cuando nos lavábamos para entrar en el comedor. También mi primera adquisición tecnológica: élices con tres tiras de papel.
Mis recuerdos empiezan a tomar forma más definida cuando me llevaron al colegio San Antonio, en la calle Santa Clara. Este era un colegio que pretenecía a la congregación marista y era una versión más restringida para niños pobres del influyente colegio Liceo Castilla, por aquel entonces la flor y nata de la enseñanza en la ciudad de Burgos. Los profesores que nos daban clase allí también lo hacían en el Liceo con lo que la enseñanza era en realidad muy buena. Tendría ya 5 años y estuve en ese colegio bastantes meses. Recuerdo su patio rodeado de una tapia y con árboles. Allí me hice amigo de Jesús González, amistad que aún mantengo. Allí descubrí maravilloso imágenes de animales, paisajes, experimentos... todo ello gracias a las fascinantes filminas que nos proyectaban. Recuerdo orgulloso el momento en que el hermano que nos tutelaba nos permitía, después de interminables semanas con el lápiz, iniciar al manejo de la pluma. Aún veo los antiguos tinteros cilíndricos encajados en los agujeros de nuestras viejas mesas de madera pareadas, el cuidado reverente con que encajábamos las plumillas y el primor con que escrbíamos en nuestros nuevos y flamantes cuadernos de caligrafía. Allí aprendí las tablas de multiplicar y a leer, aunque probablemente en casa mi madre hiciera de maestra amater con mucho gusto y nos enseñara por su cuenta como hizo con mi hermano Javi, al que enseñó tan bien, que logró plaza en un colegia a plazo cerrado al demostrar al director que era capaz de leer perfectamente un libro colocado al revés.
La última imagen de aquel colegio permanece nítida en mi retina. Era invierno. Se acercaba la Navidad. Mi madre nos había arropado con el modesto abrigo, el pasamontañas y la bufanda. La noche anterior había nevado. En las calles aún permanecían recortes de nieve en las aceras. Cuando llegamos al colegio nos encontramos un pequeño caos y desorden. Había mucha gente y algunos camiones. Vimos las ventanas ennegrecidas por el humo y como unos hombres arrojaban los pupitres desde ella a la calle. Aún ascendían pequeños columnas de humo desde las ventanas y algunos puntos del tejado. Me pareció ver mi mesa asomar arrastrada sobre el poyete de la ventana y, con un último impulso de un par de manos robustas, caer escandalosamente sobre el montón de pupitres desvencijados y rotos. Sorpendido miré a mi madre. Uno de los hermanos habló con ella. Nos daban vacaciones anticipadas. El colegio sería derruído. Intentarían buscarnos acomodo en el Liceo Castilla, pero hasta el siguiente trimestre deberíamos estar en casa...
Fueron unas largas e inesperadas vacaciones.
A partir de enero nos dieron la oportunidad de ingresar en el Liceo Castilla y nos concedían una beca, pues el colegio era de pago. Mis padres aceptaron y supongo que, pese a la beca, tuvieron que hacer muchos sacrificios para poder mantenernos allí. Allí pasé el resto de mi infancia y mi paso por ese colegio tuvo gran repercusión en el resto de mi vida.
Pero eso, es ya otra historia.
La última imagen de aquel colegio permanece nítida en mi retina. Era invierno. Se acercaba la Navidad. Mi madre nos había arropado con el modesto abrigo, el pasamontañas y la bufanda. La noche anterior había nevado. En las calles aún permanecían recortes de nieve en las aceras. Cuando llegamos al colegio nos encontramos un pequeño caos y desorden. Había mucha gente y algunos camiones. Vimos las ventanas ennegrecidas por el humo y como unos hombres arrojaban los pupitres desde ella a la calle. Aún ascendían pequeños columnas de humo desde las ventanas y algunos puntos del tejado. Me pareció ver mi mesa asomar arrastrada sobre el poyete de la ventana y, con un último impulso de un par de manos robustas, caer escandalosamente sobre el montón de pupitres desvencijados y rotos. Sorpendido miré a mi madre. Uno de los hermanos habló con ella. Nos daban vacaciones anticipadas. El colegio sería derruído. Intentarían buscarnos acomodo en el Liceo Castilla, pero hasta el siguiente trimestre deberíamos estar en casa...
Fueron unas largas e inesperadas vacaciones.
A partir de enero nos dieron la oportunidad de ingresar en el Liceo Castilla y nos concedían una beca, pues el colegio era de pago. Mis padres aceptaron y supongo que, pese a la beca, tuvieron que hacer muchos sacrificios para poder mantenernos allí. Allí pasé el resto de mi infancia y mi paso por ese colegio tuvo gran repercusión en el resto de mi vida.
Pero eso, es ya otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario