La bicicleta fue un regalo colectivo. Un regalo nominal al hermano mayor pero en usufructo compartido y reglado para los cuatro hermanos. Costó muchos años conseguir un regalo así. Aquel caballo de metal era nuestro pasaporte a los largos y veloces desplazamientos. Atrás había quedado el envidiado patinete de mi amigo Fermín con el que recorríamos veloces las calles de Carrión junto a la farmacia de su padre a la que entrábamos atolondrados montados en el vehículo. En algún chatarrero estaría ya el viejo saltador que nos hizo volar y sentirnos gatos calzados con las botas de siete leguas y nos convirtió en auténticos acróbatas aéreos. Aún rodando por las cuestas se precipitaban los carricoches construídos con una caja de madera y rodamientos. Alcanzaban velocidades de vértigo y procuraban buenas caídas a toda velocidad cuando la manilla de dirección (estilo bici o con cuerdas y manejada desde el interior) giraba demasiado bruscamente.
Ahora, en el colmo de la modernidad, teníamos nuestra bicicleta roja GAC con la que nos paseábamos orgullosos por el barrio. Varios meses tuvo de uso intensivo hasta que un día, como vaquero que entra en el salón del salvaje oeste, dejé nuestra bici aparcada a la puerta del bar Beniluz y pasé a echar una partida a las máquinas en uno de aquellos cliper de peseta que existían sólo entonces. A la salida descubrí desolado que me la habían robado.
Angustiado pregunté a la gente de la calle, especialmente a los niños, que me eran más cercanos. Entré al bar y pregunté al dueño. Corrí calle arriba por ver si la veía aún. Todo fue inútil. Cabizbajo entré en casa dispuesto a afrontar el drama. Hube de sufrir el enfado de mis padres que habían ahorrado lo imposible para comprárnosla. Hube de aguantar el odio de mis hermanos a los que privé de la única bici posible en sus infantiles vidas. Fui obligado a acudir con mis candorosos diez años a la oficina de la policía a denunciar el robo. Recorrimos el río Vena (paralelo a nuestra calle) kilómetros arriba por si aparecía arrojada a sus aguas. Investigábamos todas las bicis rojas de la ciudad por si el ladrón se dejaba ver... Fue inútil. Nuestra preciosa bicicleta roja nunca apareció.
jueves, 22 de diciembre de 2011
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¡Vicioso! Todo por el vicio de las máquinas. Nos dejaste sin bici. ¡Golfo! ¡Pendón! Es una vileza que llevarás toda la vida.
ResponderEliminarDesde entonces, y ya van para 40 años, yo siempre ato la bici.
Tu hermano Miguel ha hecho constar esto
No creas que no lo siento...
ResponderEliminarMucho de "ese rencor que me tienes2 sé que viene de ahí...