lunes, 26 de diciembre de 2011

Patología forense.

Todas las noches, a veces desde la sobremesa, se acumulan en los canales secundarios las series forenses. Hay algo patológico en ese interés que mucha gente hoy en día manifiesta por presenciar crímenes y meterse en las mentes retorcidas de asesinos y psicópatas. Hay mucho de malsano en presentar cuerpos en putrefacción, enfrascar vómitos, embotellar bilis y orina, hurgar en las heridas, mondar y rebañar los huesos, olisquear restos de semen, buscar  mocos, rastrear sangre... Es plato de mal gusto enseñar los cadáveres abiertos en canal (en Y precisamente), en colocar los miembros descoyuntados como piezas de un puzle, en manosearles, pinchales, cocerles, robarles las vísceras, desguazarles la dentadura, rasparle las uñas... No me agradaría  tener tan poca tranquilidad e intimidad tras morir.
Por si no bastara, pueden recrearse (mejor en vivo que virtualmente) las escenas de autos. En aras de un mayor verismo la productora aconsejará primeros planos, detalles ampliados de los destrozos, chorros de sangre sin restricción y consejos sobre la conveniencia de la cámara lenta en los momentos oportunos.
Es también preciso disponer de un bien dotado equipo informático con auténticos hacker buenos (que han de ser siempre tipos raros y frikis) y un laboratorio de primera (tipo Jeffersonian) con modernos y asépticos aparatos (nada de la cutrez de matraces y espirales con líquidos de colorines).
Me sé de sobra el esquema de todos los telefilm: una escena cotidiana, un brusco asesinato (del asesino apenas un detalle o una sombra) o bien un cadáver que se nos manifiesta sorpresivamene. Luego viena la consabida escena del acordonamiento policial (las productoras deben disponer de rollos kilométricos de cinta especial pues cada semana utilizan de 100-200 m.), los miembros del equipo forense tomando fotos, hurgando con bastoncillos; con su provisión de gafas ambarinas, infrarrojas, UV... Pronto aparecerá Horacio con su perfil egipcio,  su insoportable aire de doverman perseverante y sus ramalazos de integridad almibarada. No entiendo cómo en las series se cantea tan bien con los niños con su pretenciosa conversación e insoportable aburrimiento.
Enseguida llegará el/la forense. Si es él, cuidará de sus muertos con una distancia profesionalidad. Si es ella puede manifestar una cercanía afectiva un tanto preocupante.
Todo el equipo, en general, realizará comentarios más o menos ingeniosos sobre el finado y la situación. Algunos harán bromas de mal gusto. Los cadáveres pasarán a ser simples carcasas de investigación. Si acaso se intercalará alguna imagen irreal del difunto paseándose por los la escena de autos como queriendo terminar alguna tarea inacabada, o mandar  un mensaje o contemplar cómo triunfa la justicia contra su ejecutor.
Luego se iniciará el baile de sospechosos y testigos con sus teatrales entrevistas. Estas encenas llenarán la serie pues son las más baratas de hacer. Si nos fijamos bien sabremos pronto quién es el asesino: la cámara le dedicará algo más de tiempo, se mostrará indignado con la situación o la policía y será el de apariencia menos sospechosa para que la solución final sea más efectiva. Sin embargo la mayoría de la gente será guiada en sus sospechas hacia quién aparenta más motivos. Las pruebas avanzarán en esa dirección hasta que, a cinco minutos del final, el ADN y el codex obrarán su magia y se trastocarán los papeles: resultarán falsos los culpables (los que más cámara han chupado hasta el momento) y falsos los inocentes que llenarán los instantes finales del film confesando sus culpabilidad y no privándose de intentar explicar convincentemente sus motivos. La guinda la pondrá el jefe del equipo recordándole que le espera una larga temporada en prisión.
Se permite, en aras de humanizar al equipo investigador, incluir pequeños dramas familiares y personales: algún divorcio, hijos problemáticos, aventuras amorosas entre los miembros, algún fantasma del pasado que se acerca a dar una vuelta...
La aproductora habrá creado un perfil preciso que, con un libro de estilo detalladísimo, obligará al actor en cuestión a ceñírse estrechamente al estereotipo propuesto. De vez en cuando alguien morirá en alguna arriesga acción policial (el actor habrá sido despedido o pidió aumento de sueldo). Aparecerán caras nuevas (la serie sufría desgaste, se percibía cansancio en el espectador o, símplemente, el jefe de producción incorpora una protegida...)

Y así, día tras día, me es secuestrada la pantalla por el morboso deseo de mi esposa en contemplar media docena de asesinatos. Empalma las series una tras otras mientras echas dulces cabezadas en su sofá. Yo me tengo que aguantar el surtido de telefilms  (apenas se permite una excepción para el telediario) mientras ceno, leo el periódico o llamo por teléfono. Mi mujer duerme como una bendita. En alguno de sus sueños me apodero del mando (a veces lo empuña firmemente mientras duerme) y cambio de canal. Como si del paraíso la expulsara despierta y me recrimina que (según el trato al que  hemos llegado) le toca a ella la elección de programa. Vuelve a sintonizar con el depósito de cadávers del equipo de Miami Vice y vuelve a dormirse tan ricamente.

Y así me trato una tras otra: Bones, CSI, Navi, Mentes criminales... Veo hasta los capítulos repetidos y soy ya un experto investigador. Me paso la tarde descubriendo el asesino antes que la propia unidad. Y acierto casi siempre. Mi mujer se sorprende: ¿Cómo lo haces? -me dice.

Yo la miro, mientras vuelve a dormitar...

2 comentarios:

  1. Miguel dice:
    Lo siento Jesús. No puedo opinar sobre ese tema porque no tengo tele.

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  2. ¡Y qué suerte tienes!
    ¡Cuánto sentí que nuestro hermano Javi, la única persona que yo conocía que no tenía televisión con 3 hijos en primaria decidiera comprar una! (ya sé que nosotros le regalamos una vieja, pero era para los telediarios, partidos históricos y cosas así...).

    Lo de las series ha acabado siendo divertido porque me lo paso pipa adivinando lo que van a decir y hacer o quién es el asesino...

    curiosamente Charo, que es la que las pone (impone, más bien), acaba durmiéndose y soy yo e que le acabo contando de qué van, pues las repiten 3 ó 4 veces en un mes...

    ¡No te pierdes nada!

    Yo suspiro por una buena peli, pero no hay nada que hacer...

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