Finlandia, un país adelantado y pionero pedagógico, con un sistema educativo que puntúa con matrícula en el informe PISA; ha decidido que no es adecuado malgastar tiempo y esfuerzos en enseñar a escribir con la tradicional grafía cursiva enlazada. A partir de ahora dará preferencia al teclado y apaño manuscrito provisional con escritura tipo palo, es decir con sencillos caracteres de imprenta como los que lees ahora.
Empieza la decadencia de la artesanía del escriba, del arte del amanuense: hemos llegado al Ikea de la escritura: funcionalidad y bajo coste. Se enterrará la pluma, el cálamo salvaje volverá a crecer libremente en los márgenes de los arroyos. Se abre paso la letra efímera en la pantalla lechosa de los livianos ebooks de líneas infinitas, de suaves contornos...
Será nostalgia, no lo niego, pero me resisto a olvidar el afilado estilo con que el dubsar mesopotámico grababa caracteres cuneiformes sobre la blanda arcilla o el cálamo del escriba egipcio sobre el papiro, o el delicado pincel de los calígrafos chinos sobre los primeros papeles de la historia, o la bella escritura del qalam en los arabescos. Reivindico el percutir del cincel sobre la piedra, la leyenda labrada en los obeliscos, los grabados en las estelas funerarias. Defiendo la parsimonia del copista, el áspero deslizar de su pluma sobre el pergamino, el brillo de la tinta antes de secarse sobre la cuartilla. Añoro las líneas a lápiz sobre el íntimo diario, el suave resbalar del boli de gel sobre el papel...
Reclamo la letra con voluntad, la grafía con carácter, ahora arrebatada y violenta sobre mi agenda pero otras veces esbelta, elegante y hermosa.
Convoco ante mí mis antiguos útiles de escritura: el plumier de madera, los lápices infantiles, las toscas pinturas, la primera pluma y su tintero incrustado en el pupitre escolar, mi primer boli inacabable, los cuadernos pautados de caligrafía inglesa, el perfecto tiralíneas, la dorada pluma Parker, los bolígrafos asombrosos...
Rememoro los pequeños artefactos que construí: el rotrin fabricado con una aguja hipodérmica, el plumín de ojalata, los cálamos de caña, las imprentillas hechas con el caucho de cámaras de neumáticos... Recuerdo los trucos que descubrí con ellos: la escritura con el plumín invertido para obtener una escritura finísima, el arco iris formado por la escritura simultánea de un puñado de pinturas, el frotar la mina del bolígrafo entre las manos para calentar la tinta espesada... Los juegos alternativos que descubrimos con aquel mítico "bic cristal": las eficaces cerbatanas de granos de arroz, el pequeño arco iris que un rayo de sol provocaba al incidir en su resina de metacrilato, su curioso efecto electrizante al frotarlo que lograba atraer pequeños papelitos o desviar el chorrito de agua del grifo, ...
Reivindico la importancia del humilde lápicero como objeto imprescindible que llevar a una isla desierta, su pequeño hueco en la mochila formando parte del equipo de supervivencia del ser humano: es la más extraordinaria herramienta inventada contra el aburrimiento y el olvido.
Opongo la romántica obsolescencia de la pluma a la pragmática competividad finlandesa. No puedo prescindir del intenso repertorio de vivencias, sensaciones y creatividad asociado a la escritura caligráfica. Es algo que tiene que ver con el arte en la pintura, con el buquet en el vino, con la armonía en la música... Son importantes pero no son útiles ¿o sí?
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