Ejemplar de cardo en la Laguna de Taravilla, Alto Tajo (Guadalajara)
Si el lobo y el gato montés son mis animales totémicos por elección, el cardo borriquero es mi emblema por adjudicación materna:
- ¡Hijo, eres un cardo borriquero! - me decía cada vez que soltaba un exabrupto o hacía un feo a algún conocido, abandonado a mis malos modales.
Así que no me quedó más remedio que adoptarlo como planta de fortuna y hacer de la necesidad virtud aceptándolo como especie fetiche y metáfora de mi personalidad.
El cardo borriquero es, como el cactus, una planta hermosa. Sus afiladas defensas se distribuyen con regularidad y belleza a lo largo del tallo protegiéndolo de la los cortantes incisivos de los herbívoros. Tiene que ser fuerte si quiere sobrevivir. Las hojas se tornaron espinas en defensa propia. El tallo, coriáceo, se alza sobre la hierba: la sobrepasa en altura, la sobrevive en el estío, la sobrecoge. Es el armado caballero de los campos, la espuela del viento, el peine de la brisa. Toda su arquitectura se despliega en agujas radiales, en contrafuertes erizados de puñales. Es un castillo acorazado que alberga en la torre del homenaje, el lo alto de cada tallo, una princesa que florece. Y cunado lo hace es una flor hermosísima, delicada como una rosa (que también tiene espinas, no lo olvidemos). Sus semillas, por decenas de miles en cada flor, se dispersan con el viento que lleva las diminutas clipselas voladoras lejos, como alados pioneros que conquistarán los territorios más inhóspitos.
Quiero esta planta arisca y agreste. Me identifico con ella. Ambos huimos de los contactos tiernos, ambos alzamos concertinas ante la gente que se acerca demasiado. Somos así y probablemente tengamos buenas razones para ello. Quizás solo defendamos la fragilidad de una bella flor...
No le culpo al burro, pobre animal que por tan bueno le toman por tonto, por sus bocados a las tiernas alcachofas florales; también tiene que comer y, al menos, es capaz de pelear contra las espinas. Ser el cardo del burro, el "cardo borriquero" como ya le llamaban los antiguos griegos es un nombre digno. Reivindico sus flores en mi escudo. Las defiendo al igual que la gente de Ayllón, en Guadalajara, defiende este símbolo de su esencia campesina frente a la elegancia impostada de tres rosas. Yo también quiero para mi escudo, sobre fondo dorado, las tres flores moradas de un cardo borriquero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario