Sin el tremendismo del drama presentado en la serie, sin los escenarios de miseria de los distritos esclavizados; la situación, debidamente escaldada, recuerda un poco a la crisis actual. Los señores del mundo explotan miserablemente al resto en su propio beneficio dirigiéndolo desde una élites que controlan el poder y los recursos. Las personas, desesperadas, sobreviven como pueden y, para olvidar su desesperación, asisten obligados -pero fascinados- al espectáculo de una lotería dramática donde está en juego la propia vida.
Nosotros tenemos nuestros propios Juegos del Hambre. No nos jugamos la vida, eso sí; no asistimos al drama de morir en el intento de forma gloriosa: nos arruinaremos poco a poco en medio de pequeñas frustraciones, de décimos de fracaso, de participaciones malogradas.
Nuestros juegos del hambre se llaman Lotería, y la de Navidad, es el Superjuego, el Juego de los Juegos, una especie de Vasallaje de los Veinticinco. En ella se echa el resto, se acepta cualquier participación que nos ofrezcan. Después, el día 22 de noviembre, se iniciará el "Tour de la Victoria", la exhibición mediática del éxito selectivo. Será la ocasión de magnificar la suerte, de maridarla con el milagro, con la justicia divina. Será el momento de los héroes, de los Manueles y Antonios, de los "tributos" vencedores en los que querremos identificaremos todos.
Ayer, durante una cena con un grupo de vecinos, asistí completamente desplazasdo, a la preparación individual de los "tributos" de los juegos. Todos hablaban excitados de la profusión de décimos y participaciones que ya recopilaban a un mes vista del sorteo: - Llevo más de veinte décimos - decía un ciudadano de la crisis; -Yo llevo lotería de todos los puntos de España - comentaba otro españolito errante, camionero de profesión; -El que os reparto es de Doña Manolita - explicaba el anfitrión muy ufano de haber conseguido el número en la administración insignia de la suerte navideña. Yo callaba, no llevo ni una mínima participación. Tan solo adquirí dos décimos de mi colegio cediendo a una insistente petición de Charo, mi mujer, que no puede soportar que me quede tristón y roto como "Manuel". Fueron veinte minutos de silencio que solo rompí para mostrar humilde, pero dignamente, mi postura antilotera: Yo no compro lotería: me parece un timo comercial y espiritual.
N
Aparte de quedar como bicho raro; aunque alguno piense que no tengo corazón, ni ilusión, ni fe, ni esperanza, ni caridad: no creo en los Juegos del Hambre. Quizás sea un superviviente del Distrito 13.
No hay comentarios:
Publicar un comentario