El hijo de Anás, se volvió con una sonrisa torcida y le dijo:
-¡Eh, pobretón, hijo de carpintero!
Sí, tú, hijo de puta. Qué tu madre te engendró de soltera... ¡haz las cuentas!
Jesús les miró largamente. Les miró dolido, encorajinado... Pensó en replicarle:
- Insensato, injusto e impío, ¿qué mal te han hecho estas fosas y estas aguas? He aquí que ahora te secarás como un árbol, y no tendrás ni raíz, ni hojas, ni fruto....
Pero no lo hizo. Sabía que no debía hacerlo.
En la sinagoga muchos le aborrecían. No soportaban su inexplicable inteligencia que era la admiración de sabios y maestros. Detestaban los días en que algún sacerdote se acercaba a conocerle y le miraba embelesado mientras respondía con agudeza y seguridad a las preguntas más enrevesadas. A veces sus manos se crispaban sobre una piedra recogida del suelo, pero nunca se atrevieron a lanzarla... Eso sí, podían llamarle hijo de ramera cuantas veces quisieran, pues su padre, José, apenas se casó con su madre unos días antes de su nacimiento. Todos sabían que un niño tardaba meses en hacerse. estaba claro que era un hijo fuera del matrimonio: un hijo de soltera, o sea de puta. El hijo de Anás, el escriba, no cesaba de repetírselo, pero no era suficiente.
Jesús no solía hacerles caso. Prefería abstraerse en sus juegos. Le gustaba modelar pajarillos con el barro de la acequia. Luego, cuando nadie le veía, soplaba su aliento sobre ellos insuflando vida en las figuras inertes. Después los contemplaba sonriendo mientras saltaban alegres y agitaban las alas antes de emprender el vuelo hacia los árboles cercanos. El hijo de Anás le espiaba y, comido por la envidia, lanzaba piedras certeras contra aquellas aves riendo cada vez que algún pajarillo era acertado, desplomándose hasta el suelo entre el follaje. Jesús lo miraba triste y serio. Se sentía impulsado a convertirlo en gusano, alimento de los mismos pájaros que asesinaba... Pero no lo hizo. Sabía que no debía hacerlo.
El día que cayó el niño de la terraza y murió, aquel día en que varios de ellos jugaban y el pobre Zenón resbaló precipitándose contra el suelo, vinieron sus padres a acusarlo.. Él era el proscrito. Su mala fama le precedía. Jesús aguantó estoicamente las invectivas de los padres y después, mientras limpiaba cuidadosamente la sangre de la cabeza del niño muerto le preguntó: - Zenón ¿Soy yo quién te ha hecho caer?
- No, señor, tú no e has hecho caer, sino que me has resucitado.
A espaldas de Jesús, que recibía muy serio las gracias efusivas de los padres del muchacho, el hijo de Anás unos pasos por detrás del hijo del carpintero, enrojecía de coraje: la falsa versión que había propagado acusando a Jesús acababa de ser descubierta y quedaba como mentiroso... Jesús, sintiendo la rabia a sus espaldas, se volvió con intención de alzarlo del suelo hasta la altura de las nubes y dejarlo caer... Pero no lo hizo. sabía que no debía hacerlo.
Pero un día, el hijo del escriba, escribió por la noche la palabra PUTA en grandes letras sobre la pared encalada de la casa de la madre de Jesús. Cuando María, su madre, salió a por agua al arroyo cercano y vio el grosero insulto en grandes letras rojas, lloró. Jesús entonces se enfureció tanto que no pudo contenerse. Olvidó su compromiso divino, su aceptada paciencia, y gritó una maldición terrorífica:
- ¿Qué te ha hecho esta mujer, mi madre, para que la produzcas este injusto dolor? Ya he aguantado demasiado tu crueldad. Te maldigo: Morirás y tras la muerte, habitarás en el pozo de las almas malditas. Yo soy Jesús, el Hijo de Dios, y te condeno a sufrimientos eternos.
Y dicho esto, el hijo de Anás, comenzó a retorcerse y echar espuma por la boca, mientras su cabeza se hinchaba aflorando repugnantes sarpullidos sobre su piel. Los globos de los ojos, hinchados, pugnaban por salirse de las órbitas y los cabellos se apelmazaban y desprendían... Jesús temblaba de ira, estaba a punto de arrojarle para siempre en pozo de los corruptos. En ese momento, su madre, se acercó y le tocó el hombro:
- Jesús, perdónale. Hazlo por mí.
El hijo del escriba salió corriendo despavorido. Al amanecer estaba ya lejos de Nazaret. Durante años no pudo evitar soñar la misma pesadilla una noche tras otras: su pavoroso descenso por el pozo de las almas atormentadas que le sujetaban, que tiraban de él. Treinta años después volvió a encontrarse con Jesús. Fue en el camino del Gólgota, en Jerusalén. Se encontraba entre la multitud que vociferaba contra el Rey de los Judíos al que iban a crucificar. Se puso cerca de la cruz y contempló con una sonrisa de satisfacción el tormento del crucificado.
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