adolescencia.
En la película Agostino, el protagonista, se asoma a la pubertad; yo, allá por 1977, aún estaba dentro de ella. Al amparo de la penumbra de un cineclub burgalés presencié, curioso como el protagonista, las promiscuas aventuras de su bella madre. Confieso que me identifiqué con los edípicos deseos del protagonista y que quedé prendado de la atractiva figura de Ingrid Thulin que provocaba en mí un penoso estado de estupidez, afortunadamente transitoria. Digo transitoria, pero posiblemente dejara su huella, pues sigo recordando aquellas turbadoras imágenes y su temática escabrosa. Ayuda a ello que las imágenes del film fueron rodadas en blanco y negro y que su excelente fotografia realzara la belleza de la madre protagonista. Hay que destacar también las tórridas imágenes de la pandilla de jóvenes adolescentes en sus correrías con un evidente tinte homosexual.
Agostino transita perdido por el mar de la adolescencia toda vez que la relación con su madre, la brújula poderosa por la que se guiaba, cambia inevitablemente de rumbo. Así me sentía yo: con el deseo a flor de piel, perdido, abandonado, adolescente...
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