Del Lazarillo a esta parte ha habido muchas historias de pillos y bribones, de astutos engañadores... esta es una más y como la mayoría ambientada en el siglo XV, época propicia para el género. Estamos, pues, ante una película de
pícaros.
Un soberbio actor, Alfredo Landa, que cinco años antes asombrara al público español con "El bosque animado" bajo la dirección del mismo director, da vida a un buscavidas, a un astuto tunante que intenta hacer realidad sus pequeños sueños (comerse un cerdo) y grandes sueños (viajar a América). Las historias recuerdan en todo a los clásicos de la novela picaresca, sin novedades extraordinarias; pero la puesta en escena y la actuación de los personajes (Antonio Resines, completa el elenco protagonista) resulta entrañable y conmovedora. La ambientación está muy lograda y los sucesos colaterales al descubrimiento también: la expulsión de los judíos, el poder de La Inquisición, el ejército de pordioseros y pícaros que recorrían España, las sordidez de las tabernas, los cantares de ciegos, los juglares... Alfredo Landa (uno de los mejores actores del mundo, en palabras del director) borda su personaje. Recuerdo bien la divertida broma escatológica de Bartolomé (Landa) al desconcertado Ruy (Resines) o esta de los comienzos del film, cuyo destinatario es el propio Bartolomé; pero sobre todo nunca olvidaré sus lágrimas mientras fornicaba con una puta en una de las tabernas: "Es que yo cuando me pasa una cosa buena, lloro"*1. Para lo bueno y para lo malo, para los sueños y para la dura realidad estos son mis pícaros. Sus actos, sus imágenes se hacen presentes ante mí cuando oigo esa palabra.
*1 (Son palabras aproximadas)
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