sábado, 11 de febrero de 2012

Homo est (2): La flor.

Hay imágenes que valen más que mil palabras. Esta es una de ellas. Pero, para entenderla, para ponerla en contexto y apreciar todo su valor; necesitaremos la ayuda de un relato entrañable.
Era el año 1965. Por entonces yo tenía 8 años, estudiaba 2º curso, hacía la primera comunión y aún figuraba en el cuadro de honor de los alumnos del Liceo Castilla en Burgos. En el mismo colegio estudiaba mi hermano José Luis con seis añitos. Su hermosa carita, sus graciosos rizos morenos, se asomaban a la vitrina de las fotos de alumnos con cuadro de honor desde mucho tiempo antes: era un alumno perfecto.

Hacia el mes de mayo se preparaba una función con diversas actuaciones de los alumnos del colegio: se representaba una obrilla teatral, se cantaban algunas canciones, tocaba la orquesta Ademar (antiguos alumnos maristas) y se recitaban algunas poesías. Todo ello en el intimidante escenario del Gran Teatro Avenida, el mayor y más céntrico cine de Burgos de la  época situado en plena calle Vitoria. Para la función de ese año encargaron a mi hermano, entre algunos otros,  recitar un pequeño poema. Debían aparecer en escena con un ramo de flores y, tras recitar sus versos, entregar el ramo a su madre entre el público que lo recibiría emocionada sin poder reprimir las lágrimas que semejante situación a buen seguro produciría. Esta ceremonia de la cebolla, tan al gusto de la época, era de probada eficacia para enternecer a la audiencia. Los hermanos repartiron un papelito con la consigna de traer una flor que se ofrecería a su madre desde el escenario. Mi madre corrió a comprar una hermosa flor y, todo orgullosa, se la dio a su hijo para que la llevara al entrañable evento.
Llegado el momento del recitado y llamados al escenario, se presentaron todos los niños con ramos soberbios, abarrotados de rosas y claveles. Mi hermano se encogía en el imponente escenario, con su única flor, su humilde jersey, su pobre  pantaloncito corto cosido por mi madre en las madrugadas a partir de retales baratos...

Algún hermano marista arrancó disimuladamente una flor de alguno de los ramos opulentos de sus compañeros. Quizás recibió una mirada reprobatoria de su orgulloso propietario. Añadió esa sencilla compañía a la flor solitaria y mi hermano, quizás ajeno a toda aquellas parafernalia de símbolos y poder, recitó su poema con la sinceridad y la gracia de lo auténtico y lo sencillo. Suyo fue el aplauso más sonado. Suyas las lágrimas más sinceras. Suya la foto elegida para salir en la revista del colegio: la solitaria, desamparada, imagen de un niño con una flor para su madre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario