En mi caso siento cada vez más lejanas las trompetas de la alegría. Lejano el júbilo, continuo el labora; de mi vista se distancia la tierra de Babia, la huelga (folgar y holganza), el merecido descanso...
Me veo abuelo, en clases de tiernos infantes, arrastrando garrota entre las mesas, aplicando la oreja hasta casi la boca de los niños mientras regulo la rueda del volumen de mi sonotone. Veremos como soluciono el tema de levantarme como un rayo cuando Manolito tira de las trenzas a Inesita, con este lumbago... Y ya veremos también como me apaño con las bifocales si sólo soy capaz de enfocar un niño cada vez... si aquí necesito más visión periférica que Iniesta en el BarÇa con toda esta actividad en el área pequeña que es una clase. Quizás les caiga simpático a los enanos y aguanten durante cinco horas mi surtido de batallitas: ya lo decían algunos niños del Nebrija cuando algún jubilado en puertas le tocaba ir a sustituir a Educación Infantil: "No, si a mí no me importa que venga a la clase un abuelo..."
En este viernes de consejo (de consejo nada: de ordeno y mando) nuestro presidente no ha decidido "un recorte", ha sido más bien un "añadido", pero de curro.
Es que parece que nunca llego: primero podría jubilarme a los 60... y cuando voy por 57, cuando casi alcanzo la zanahoria de mi carrera, me la ponen a los 65 y, cuando esté a punto de cumplirlos, ya la habrán movido hasta los 68...Está claro: ¡El trabajo os hará libres! como rezaba el cartel en la puerta de Mauthausen.
No veo el momento de llegar a la jubilación. Quiero el despido ya. Por favor, señor presidente, despídame... gestione para mí un despido como el del señor Bárcenas. Le juro que no me quejaré.
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