Al otro lado del teléfono sonaba urgente la voz de su madre. El hijo la había llamado, como solía hacer en días alternos, para charlar un rato con ella. A sus 89 años sentía que su madre necesitaba esas llamadas y, aunque odiara el teléfono, lo hacía por ella; por darla un rato de conversación, por mantener el contacto y dejarle contar como transcurrieron las rutinas del día, como evolucionaban los achaques, las visitas de los hijos y nietos, los pequeños acontecimientos que salpicaban la jornada o la ausencia de los mismos... Siempre había un referencia a los hijos solteros que la visitaban cada día una o dos veces, al hijo casado y a los nietos:
- ¡Al pequeño cómo le gusta la calle!
- ¡La chica se ha vuelto muy presumidilla!
- Al mayor le pasa algo...no está bien ese chico...
También daba parte a diario del estado de ánimo del marido, que transitaba de la apatía a la depresión pasando por el enfado.
Hoy, curiosamente, le había dejado con la palabra en los labios... En fin, el hijo pensó en alguna urgencia doméstica como una sartén al fuego, o en una necesidad intestinal inaplazable... Colgó y se dispuso a llamar unos minutos más tarde.
Quince minutos después volvió a marcar el número familiar. Al otro lado del teléfono, su madre intentaba hablar con un tono aliviado, como de alguien rescatado de un peligroso percance y que ahora se sabe seguro. Algunos carraspeos salpicados en la conversación delataban que era una tranquilidad fingida. Incluso algún intento de broma, nerviosa y forzada, convencían a su hijo de que el suceso que le estaba contando habían sido más peligroso de lo que se esforzaba en disfrazar.
De aquella conversación con el alma en un puño pudo deducir que su madre, con su peculiar estilo de vida; con esa, muchas veces absurda, voluntad de independencia; había estado cosiendo con su cestita de costura, en la que amontona con prisas y desorden tijeras, agujas, alfileres, dedales y tijeras... le relaja coser, pero no ve muy bien. Tampoco tiene ya la suficiente atención para guardar paciente y metódicamente los útiles de costura, así que posiblemente algún alfiler quedó prendido en su manga. A continuación se preparó un bocadillo y fue a comérselo al salón, frente al televisor en medio de la penumbra de una lámpara regulable apenas encendida. - Me sabía a gloria - confesaba cuando, de repente, notó que un bocado se le atascaba en la garganta. Sintió un objeto duro y punzante que no le permitía tragar. Nadie había en la casa. El pánico se apoderó de ella. El teléfono sonó en ese preciso instante y, apenas pudo poner una disculpa a su hijo mayor que le llamaba. Se dirigió al baño y comenzó a carraspear, al principio con cuidado, luego con energía: -jjja, jjja, jjja... El bolo salió finalmente liberando la entrada del esófago. Aliviada, se tranquilizó. Buscó un tenedor en la cocina y, en el mismo lavabo, revolvió los restos de comida buscando la causa de aquel escozor. Lo encontró. Un alfiler se deslizó entre los dientes del utensilio. Ató cabos: era uno de los alfileres del trabajo de costura que había terminado hacía unos minutos.
Cuando, unos minutos después, volvió a llamar el hijo mayor; se lo explicó todo. El hijo la escuchaba con el corazón encogido imaginando lo terrible que podía haber resultado aquel percance. La madre intentaba quitar hierro al asunto, pero el hijo estaba aterrado. La dejó hablar y que se explicara intentando asegurarse de que realmente el peligro había pasado... Le preguntó cómo se sentía, si observaba sangre, si le dolía... finalmente, se tranquilizó. Luego la recordó con tristeza las muchas veces que habían hablado de la necesidad de que alguien la ayudara, de sus negativas a contratar alguien por pensar que era certificar que no servía para nada... El marido llegaba en esos momento de la calle. Ella había estado sola todo este tiempo... Antes de despedirse al teléfono le aseguró que se encontraba bien y el hijo la pidió encarecidamente que le llamara si notaba alguna molestia... Luego quedó en que la llamaría de todas maneras dentro de un par de horas, antes de ir a la cama para confirmar que no había secuela alguna... Después de colgar no pudo aguantarse ni un minuto: llamó por teléfono, fijos y móviles, a los otros hermanos. Poco después se presentaron los dos hijos solteros y la llevaron a urgencias. Afortunadamente no habían sido nada, apenas un leve pinchazo. Pero un manto de tristeza y preocupación invadieron los días posteriores.
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