Una palabra es mil imágenes. Recuerdo una clase de filosofía en bachillerato. El profesor nos explicaba lo que es un concepto, por ejemplo "silla", como la superposición de todas las miles de diapositivas de las sillas existentes e imaginadas. Lo que quedaba al proyectar aquella infinidad de imágenes eran los elementos que formaban el concepto, los rasgos esenciales de una silla que podrían ser: mueble, generalmente apoyado en patas, con respaldo, para sentarse y plataforma horizontal, de altura entre 30-40 cm... Y así quedaba configurada la palabra. Pero cada cual al oír "silla" evocará miles de muebles para sentarse con múltiples colores, variadísimos diseños, incontables materiales, diversos sistemas de soporte, diferentes alturas, cambiantes geometrías en la plataforma...millones de imágenes, en fin.
Una imagen cuenta una historia cerrada. Siempre me han parecido impostores los actores de una película basada en un libro que ya había leído previamente; siempre he juzgado tramposa la trama cinematográfica tras haberla leído por mi cuenta en el libro original en que se basaba: no encajan. Pueden ser historias cinematográficamente perfectas, pero no son la historia que yo imaginé. Aquellas palabras produjeron en mí imágenes distintas. Y como yo, a miles de lectores. Cada uno leyó una historia diferente en el mismo libro.
Al final, el mismo cine hace de las imágenes palabras, de su técnica lenguaje. Porque el hombre necesita abstraerse de lo concreto, ver más allá de los colores y las formas de los objetos: necesita palabras, portadoras y creadoras de la idea, de la esencia de miles de fotografías superpuestas en nuestra vida.
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