La hormiguita cojita
rota la patita
sin poder andar
la pobre hormiguita
se puso a llorar.
¡A ver cómo voy
cojita que estoy!…
El nuevo bosque era muy extraño. Sobre sus antenas se elevaba un cielo membranoso que crujía ásperamente. Tenía un color azul irreal y unos puntitos brillantes, pretendidas estrellas, relucían reflejando los rayos de pequeños y cercanos soles encerrados en duras burbujas de cristal. El suelo estaba muerto. No sentía los miles de seres que pueblan el suelo del bosque. Los pequeños arbustos estaban secos. El musgo languidecía falto de humedad. En las laderas, entre las escorias que imitaban las rocas, una nieve falsa rodaba en cálidas bolitas a su paso. El camino tenía una arena dura y brillante sin un ápice de blanda arcilla que mitigara su complejo y articulado caminar. A su paso rígidas figuras en posiciones hieráticas, torpemente modeladas, exhibían forzadas poses. Todas parecías orientadas camino abajo, hacia una oquedad en la roca iluminad con luz dorada.
Antz atravesó un puente construído con ramitas encoladas que salvaba un extraño río formado por delgadas láminas metálicas. Varios patos inmóviles estaban posados sobre él. Un dormido pescador dejaba colgar del extremo del sedal un grueso pez rebozado en pintura gris. Al doblar un recodo no pudo evitar un sobresalto: una pastora yacía en el río, boca abajo, con el cántaro aún sobre su cabeza. Algún oscuro crimen se había cometido en este estravagante pueblo de estatuas y autómatas. Cerca de los falsos arbustos hubo de dar un rodeo: un extraño personaje con barretina estaba haciendo sus necesidades, se extrañó de que sus heces no olieran en absoluto a nada; tal vez un poco a pintura...
Por un camino lateral venían unos extraños personajes a lomos de camellos. Hizo un gesto isntintivo por apartarse. Soy tonta -pensó- estas figuras están congeladas, no tienen vida: nada pueden hacerme. Subió por las patas de uno de ellos y olisqueó las alforjas. Allí dentro doradas monedas amalgamadas brillaban en la oscuridad. Nada de valor ni de comer. Ya comprendía que sería difícil alimentarse en un lugar así.
De cuando en cuando, entre falsas casitas de cartón, salían destellos producidos por unas uvas luminosas. Cuando se acercó a una de ellas pensando en su jugoso néctar se abrasó las mandíbulas.¡Qué raro es este bosque! - pensó preocupada frotándose sus antenas para aliviar el dolor-.
Andando, andando, llegó a una oquedad que recordaba un poco a las cabañas de los humanos en su bosque natal. Allí, entre pajitas doradas ¡sin un solo grano de trigo! habían representado una familia de humanos que acababan de procrear. Se acercó con curiosidad hasta el pequeño lecho donde una figurita semejaba un bebé. Parecía tan real esta vez que frotó con sus antenas el piececito que sobresalía de la cuna. El pequeño pie se estremeció. Una risa infantil inundó el pequeño nacimiento. El alegre gorgeo recorrió cada rincón de aqella maqueta inanimada. Antz, asombrado, contempló que aquel extraño bosque volvía a la vida.
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