lunes, 2 de enero de 2012

Arqueología fotográfica

¡Vaya, hoy he aprendido a hacer un álbum con la herrramienta Picassa del todopoderoso Google! Así que os presento el primer álbum del blog.



Pero merece un pequeño artículo. En homanaje a la nostalgia...

1978. Burgos. Una tarde cualquiera. Dos jóvenes alocados, inquietos, soñadores. Una vieja buhardilla de la calle Romanceros. Un tejado abrasado por el sol de la tarde sobre sus cabezas. Un techo inclinado y bajo. Paredes enfoscadas en cemento gris. Trastos. Bidones de fuel para la calefacción. Cajas. Enseres. Una puerta que comunica con el pasillo a la derecha. Las bisagras al costado de la pared (apenas un palmo más alta que sus cabezas). Frente a la puerta un ventanuco vuelto opaco con telas y cartones. Una vieja mesa de madera contra la pared. Una luz roja. Una ampliadora de saldo. Negativos en desorden, húmedos aún...

Apagan unos segundos la luz roja. Aún se perfila en el marco de la puerta un resquicio de luz. Meten el chasis en la bolsa negra junto al tanque de revelado. Una mano, a tientas, extrae el rollo de negativos y lo introduce en la espiral del tanque. Son metro y medio de película Negrapan 21. Unas 36 fotos.

Ya fuera de la bolsa echan el ácido de revelado desde su botella de plástico convenientemente abollada para achicar todo el aire posible y que la oxidación no estropee el ácido. Un reloj y un termómetro. Espera de 8 minutos. A continuación, rápidamente, desalojan el ácido y añaden un baño de paro con una ligera disolución de vinagre. Posteriormente, sin perder un instante, el baño fijador. Esperan de nuevo mientran charlan y escuchan la música de Queen que suena a todo volumen desde el cassete. Después se devuelve el fijador a su recipiente, se enciende la luz y se extrae la larga tira del negativo. Se sujeta entre índice y pulgar de cada mano. Se estira y se observa a contraluz aún con los ojos entrecerrados por ese resplandor desacostumbrado.

Diminutas imágenes, brillantes y húmedas, aparecen ante sus ojos.

- ¡Bueno, no han salido mal!
- ¡Vaya caras!
-Mira. ¿has visto a esta parejita?
- ¡A ver, déjame!...

Cuelgan los negativos con pinzas en una cuerda ante la pared. Esperan unos minutos a que se sequen. El positivado es gratificante, pero el papel caro. Apenas les queda algún sobre de Valca y media caja de papel de 7 x 10. Sacarán algunas. Las que estén mejor. Las de las chicas favoritas. las de los más íntimos...

- ¿Y el resto?
- Haremos un positivado de los negativos directemente sobre papel con un cristal.

Y un par de horas después saltan los positivos desde la pulida placa de níquel de la esmaltadora (también de saldo). Pequeñas fotos que se repartirán el día siguiente en clase. Y un par de positivos de 18 x 24 con positivos por contacto de las tiras ya cortadas en grupos de 7 fotogramas.

Al finalizar los negativos se guardan en sus fundas de papel. Pese a ello el polvo ya habrá hecho estragos en su delicada superficie. Después el pequeño sobre alargado se guarda en algún cajón o se deja símplemente sobre la mesa.

Así, como tantas otras, esas intantáneas de la vida quedan olvidadas, perdidas, guardadas en algún lugar desterrado de la memoria.

Sin embargo, de vez en cuando, aparecen aquí o allá. De una manera u otra. Y los rescatamos con sorpresa y ternura. Los desenterramos como a viejos dinosaurios. Y los volvemos a exponer en el museo de la vida.

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