jueves, 12 de enero de 2012
Homo sum (7): "Torres Muga, cosecha del 84"
Antes del euro sería pues el menú, de 1000 ptas, se anunciaba con tiza en la pizarra en la rubia moneda de entonces. Pongamos que fue el año 2000, no andaría muy desencaminado; el caso es que el grupo de profesores que salíamos habitualmente a comer fuera del recinto escolar (por aquello de desintoxicarse de la droga docente) nos acercamos dando un paseo a La Casa Vieja, restaurante que no nos pillaba muy a mano, pero del que yo había dado muy buenas referencias al haber comido allí un menú del día muy excelente por la redonda cifra de una unidad de millar de monedas al uso. Esa cantidad se excedía un poco del costo de un menú corriente y un mucho de las 400 ptas que costaba el rancho habitual del comedor de la Universidad de Medicina donde recalábamos la mayor parte de las veces, pero ¡un día es un día y en la variedad está el gusto!
Cuando subimos al comedor encontramos sobre las mesas ya puestas las bebidas y, haciendo uso de la inveterada costumbre de tomar unos vinos antes de comer, pedimos nuestro menú y descorchamos la botella que nos aguardaba sobre el mantel haciendo los honores al tinto del menú, que resultó exquisito. Llegaron los primeros platos y la botella se había achicado por completo en un par de rondas. Pedimos otra más y el camarero, muy dispuesto, nos la trajo rápidamente. Era un buen vino. Entraba bien. Yo me permití hacer algún comentario sobre su evidente calidad... Quitaron importancia a mis observaciones aduciendo que si había que pagar algo más, pues se pagaba...
Así dimos cuenta de nuestro modesto menú y, con el tiempo justo de volver, pedimos la cuenta. El eficiente camarero nos la trajo al instante. Éramos 7 personas. Nuestro menú importaba las 7000 convenidas, pero... ¡el precio de la bebida añadía 16.000 pesetas a la cuenta!. Nos habíamos tomado un Torres Muga, cosecha del 84, reserva y, no contentos con ello, repetimos botella a 8.000 pesetas frasco.
Enmudecimos. Nos miramos estupefactos (más bien estúpidofactos). Sacamos nuestros monederos consultando rápidamente si disponímos de tan abultados fondos. María Jesús, con voz quebrada se ofreció a prestar a quien no pudiera tirando de su tarjeta de crédito. Nadie dijo nada. Álguien hizo rápidamente la cuenta y apoquinamos cada uno nuestra parte en silencio. Volvimos andando deprisa. Apenas comentando la tiritera que nos produjo el sablazo y maldiciendo con pesar nuestra ingenuidad.
Llegamos al colegio. Nos sentamos en el banco del hall. Con la cara de panoli que se nos quedó acabamos echando una carcajada. María Jesús comentaba: ¡Como se entere mi marido...! Yo rumiaba mi falta de decisión para preguntar el precio de la botella y renegaba de mi timidez... José Andrés, no se explicaba cómo podían cobrar aquel precio por un vino... Pepe sonreía al pensar que había caído como un pardillo... Ángel pensaba en cómo se lo explicaría a su mujer... Nadie contó nada a ningún compañero, que -eso sí- nos notaron un tanto raros... Nos juramentamos en el secreto para salvar, al menos, nuestra honra ya que no nuestro pecunio.
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