Hay que reconocerles a los griegos su especial talento para inventar historias tan sugerentes y luminosas que sus personajes han llegado a convertirse en mitos de la humanidad. El de Sísifo, condenado por los dioses a cargar con una enorme piedra para subirla a lo alto del monte Acrocorinto donde se había de construir el templo de Sisypheum, nos perturba al revelarnos que, al llegar a la cima, la piedra cae rodando una y otra vez hasta la base teniendo que recomenzar día tras día la penosa labor de subirla de nuevo. Esta inacabable tarea circular viene como anillo al dedo para describir mis repetitivos e inútiles trabajos de los últimos años como maestro bibliotecario.
Desde hace tiempo vengo encargándome, en mis horas libres de docencia, de organizar junto a otros compañeros, la biblioteca de mi colegio. Cuando llegué a él, hace algo más de seis años, aún se podía ver en la web del centro una fotografía en gran angular que mostraba una amplia biblioteca con sus estantes alineados en la pared y sus mesas pulcramente colocadas. El ambiente que se percibía era relajado e invitaba a una plácida lectura. Fue en ese mismo año cuando unas finísimas grietas en las paredes parecieron engrosar. La separación de los bordes se hacían más evidente por momentos y se reclamó la presencia de los técnicos. Estos llegaron y colocaron testigos en cada fisura. Las pequeñas regletas milimetradas certificaron que las separaciones crecían lentamente. El suelo del colegio, asentado sobre yesos expansivos, cedía bajo el peso de los pabellones. Llegó un momento en que el temor al derrumbe de algún tabique hizo que se desalojara parte de los espacios y estos quedaron cerrados y apuntalados hasta el techo. La mitad del espacio de la biblioteca quedó afectado y hubo que empaquetar con carácter urgente los fondos existentes a la espera de un lugar alternativo. Finalmente se habilitó la mitad del recinto moviendo todas las estanterías hasta el cetro y dejando tras ellas un bosque de puntales del que nos aislábamos con una cortina formada por grandes plásticos grapados al techo. Tuvimos que volver a colocar los volúmenes en las estanterías con gran esfuerzo y recomenzamos en la parte "segura" nuestras rutinas bibliotecarias. Sin embargo el recinto no pudo funcionar como sala de lectura pues los arquitectos nos advirtieron de la existencia de cierto peligro. En el lado precintado aparecían en el suelo algunos cascotes.
Durante dos años, poco a poco, en una paciente labor de hormigas desempaquetamos los viejos volúmenes y tras catalogarlos, etiquetarlos y reparar algunos de ellos; los fuimos colocando cuidadosamente en los estantes vacíos.
En ese tiempo los técnicos deliberaban sobre el futuro del edificio. Se acometieron reformas, se aseguraron paredes y afianzaron cimientos; pero el suelo seguía cediendo y las regletas desplazándose inexorablemente denunciando el engrosamiento de las grietas. Entonces nos llegó la orden de volver a empaquetar; el colegio sería demolido y nos desplazaríamos a uno de nueva construcción. Con la perspectiva de un año, al menos, no nos preocupamos demasiado. ¡Había tiempo!. Comenzamos a acumular cajas en previsión del momento definitivo. Apiladas sobre las estanterías fuimos colocando las cajas vacías de los folios usados en la fotocopiadora que eran cajas de cartón de un tamaño manejable. Mientras tanto empaquetamos poco a poco los libros de secundaria (en el cole ya solo quedan niños de primaria) y los libros menos necesarios.
Se buscaron solares para el nuevo cole, se sacó a concurso su construcción, se adjudicó y se comenzó a preparar el terreno. Incluso se celebró la ceremonia (preelectoral, en los últimos días de campaña) de colocación de la primera piedra. Pero, según parece, la empresa no había previsto que bajo el suelo de tierra yacía un lecho de roca viva. Al encarecerse los costes abandonó la construcción y hubo de repetirse varias veces el proceso de adjudicación. Así que pasaron dos años más. El colegio nuevo (cual el templo Sisypheum al que subía piedras Sísifo), nunca se construía pese a ponerse la primera piedra, y una segunda primera, y una tercera... La situación se estancó iniciándose un prolongado compás de espera. Hasta que un día...
Una delicada mano infantil se apoyó en el cristal de una ventana y éste se rompió estrepitosamente produciendo un leve corte a la criatura. Entonces se dispararon todas las alarmas en la sede de la Conserjería de Educación. Las presiones sobre los marcos de las paredes en tensión, y el cristal roto que lo delataba, movilizaron en un día más que dos años de peticiones y protestas oficiales. En el breve espacio de una semana, se nos ordenó la evacuación inmediata del centro y la preparación y empaquetado de todo el material y mobiliario escolar. Yo, Sísifo de nuevo, entré ese día en la biblioteca y contemplé preocupado los estantes repletos. De nuevo habría que poner los libros en cajas ¡y en una semana!. Durante esos días me afané en empaquetar lo que pude. Gracias a dios el colegio pudo encontrar una empresa de mudanzas lo suficientemente económica como para que las autoridades aceptaran su pago. Ellos terminaron, como pudieron, el empaquetado. La mayor parte de los 10000 fondos dormirían en un sótano del ayuntamiento durante un año entero. y el resto, el lote de unos 1000 ejemplares que repartimos entre las clases, nos acompañó al pabellón alquilado por un centro concertado donde les colocamos como pudimos en las aulas improvisadas.
Llegado junio nos tocó de nuevo reempaquetar nuestra biblioteca viajera. En septiembre serían trasladados al nuevo centro (construido en el tiempo record de unos seis meses) los ejemplares entregados a las bibliotecas de aula y de E. Infantil. El grueso de los fondos llegarían unas semanas después. Un día antes de la inauguración mediática del colegio depositaron en el aula de biblioteca (con la mitad de espacio que la anterior) el mobiliario y las cajas con todos los libros. Hubo algún profesor que, en un arranque de optimismo (o tal vez de ironía) me aseguró que en una tarde y echándole horas podría ordenarse aquel desbarajuste: el tiempo justo para que las cámaras de la televisión autonómica pudieran filmar las estanterías repletas y colocadas. Le miré desalentado, ni siquiera respondí. Tapamos con antiguos mapas los ventanales al pasillo y sellamos la biblioteca. Aquel berenjenal no empañaría la buena imagen de cole recién estrenado con mobiliario impecable.
En los próximos días apenas tuvimos tiempo para organizar los montones de pesadas cajas, algunas reventadas por el peso de los ejemplares. Enseguida observamos que algo no cuadraba: no había pared para tanto libro. Más de 35 metros cuadrados de las viejas estanterías habían sido desechadas por obsoletas. ¡Pero aún no estaban las nuevas! - No están, se las espera -nos había prometido el director- y se comprarán si es necesario...
Ocupamos provisionalmente los 12 armarios modulares de aproximadamente un metro cuadrado de espacio con los libros de narrativa de E. Infantil y algunos de E Primaria. Lo hicimos con cierta desgana, pues muchos de ellos habrían de desplazarse por la sala a su ubicación definitiva. De nuevo Sísifo en acción. ¡Y ya no quedó más espacio! Apiladas quedaban aún medio centenar de cajas llenas de libros de narrativa para ESO y más de un centenar de cajas con libros de consulta. Solo era posible clasificar las cajas por su contenido (código CDU) y esperar.
Uno de esos días en que los dioses están irritados o nerviosos pues se les acumulan los problemas en el Olimpo, en director me interpeló: - Jesús: ¿Qué pasa con la biblioteca? ¡Coloca los libros: tiene que funcionar! Ante mis ojos apareció la imagen de Sísifo en la biblitoteca empujando cajas sobre armarios que luego habría de volver a bajar una, dos, tres veces más... Le vi rebelarse contra los dioses y exclamar: - ¡Es una tontería! ¡No pienso colocar una cosa que tendré que descolocar y recolocar a los pocos días".
¿Fue Sísifo, o quizás fui yo quien habló así? No estoy seguro. El director me miraba sorprendido.
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