Homo sum; humani nihil a me alienum puto."
"Hombre soy; nada humano me es ajeno."
Publio Terencio Africano (194 a.C. - 159 a.C.).
Humano soy. Como tal me equivoco. Mis equivocaciones son una parte imprescindible de mi equipaje en esta vida. No las escondo. No me avergüenzan. Sonrío al compartirlas. Son inocentes. Ingenuas.
Un maestro durmiendo en un banco del parque
Gracias a la Guía Michelín, encontré que Parla era un pueblo no demasiado lejano. Parecía bien comunicado. Acepté una plaza para uno de los nuevos colegios que se inauguraban ante el rápido crecimiento del municipio. Con mi nombramiento en la mano me presenté en el centro y me acompañaron a las aulas. Las clases comenzaban al día siguiente así que era necesario empezar cuanto antes a preparar algunas cosas. Con una sonrisa burlona me ofrecieron escoger entre 10 clases diferentes. A saber; 1º A, 1º B, 1º C, 1º D, 1ºE, 1º F, 1º G, 1º H, 1º I y 1ºJ. ¡Viva la variedad!
A la hora de comer, salimos del centro. Yo, que no conocía Parla, decidí ir a Madrid a ver una película y pasar la tarde. Cené en el Mesón del Jamón de Atocha y, pensando en no acostarme muy tarde, cogí el autobús de vuelta. Llegué a Parla a eso de las 10:30. Me puse a buscar un hostal o una pensión modesta. El crecimiento de Parla era descomunal. En apenas 20 años se había multiplicado por veinticinco. Su población rondaba entonces los 50.000 habitantes. En el centro de la ciudad había un hostal, pero estaba cerrado. Me dispuse a buscar algún otro sitio en las calles menos céntricas. Imposible. No habían ninguno. Pregunté pero no sirvió de nada. Eran las 11:30 y no había encontrado ningún alojamiento. Decidí volverme de nuevo a Madrid y hospedarme en alguna pensión cercana a la estacion para regresar al día siguiente de madrugada. Pero ya no había autobuses. Estaba sólo, con mi bolsa de viaje, atrapado en medio de los 50.000 habitantes de la ciudad sin posibilidad de conseguir una cama. Era una situación irreal. Finalmente asumí que pasaría esa noche al raso en algún parque. Ya tenía experiencia en ese trance. Me acomodé en uno de ellos y, apoyando la cabeza en la bolsa, intenté dar unas cabezadas... Resultaba difícil. Pasaban transeuntes continuamente... A eso de la 1 de al noche se me acercó un pero callejero que se tendió al lado del banco. Compartí con él un par de horas más hasta que la noche empezó a refrescar. Agarré mi bosa y busque un sitio a cubierto, más caliente. Examiné los portales cercanos al parque. Uno de ellos tenía la puerta abierta. Entré y subí al último piso donde la posibilidad de que algún propietario tropezara conmigo era menor. Acurrucado en el rellano todavía pude dar algunas cabezadas. Por la mañana empezaron a escucharse ruidos de puertas y pisadas. Al principio en los pisos de abajo. Finalmente se abrió una puerta del 5º piso donde me encontraba y salió una señora. Me miró un instante mientras yo me hacía el dormido acurrucado en una esquina. Pasó apartándose cuanto pudo y salió sin decir palabra. Era la hora de ponerse en pie y volver al colegio. Si hubiera tenido llave no habría sido mal sitio para dormir: seis mesas juntas harían una buena plataforma para la cama. Llegué al colegio cuando los niños ya estaban apelotonándose en las filas. Tras la excitación del primer día, el encuentro con los compañeros, el nuevo profesor... salí por la puerta del patio. Allí había un grupo de madres. Comentaban asombradas la noticia del momento: "un joven maestro había tenido que dormir en un banco del parque porque no encontró alojamiento en todo el pueblo".
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