viernes, 25 de noviembre de 2011

Sintiendo en la nuca el aliento de la muerte IV: "... en un simca 1000".


El simca 1000 fue mi primer coche. Mi primera vez de muchas cosas: Mi primera propiedad, mi primer vehículo a motor, el escenario de mis primeros escarceos amorosos, mi primer gran viaje, mis primeras vacaciones, mi primer accidente...

Lo compré en 1981 al conseje de mi colegio, el Gerardo Diego de Parla. El conseje lo había adquirido unos meses antes ya de segunda mano, y lo había puesto a punto. Me lo vendió a mí por un precio ventajoso. Y lo supe aprovechar.

Con él realicé mis primeros trayectos provinciales por Madrid: Llegar desde Parla hasta Arganda pasando por Pinto y Valdemoro. Mi primer trayecto interprovincial: Madrid-Burgos con parada en Somosierra para enfriar el motor. Mis primeras vacaciones: Santander, Las Rías Bajas, Tuy y Portugal...

De todas ellas tengo recuerdos amables. Lo aparcaba en la calle. Lo limpiaba en ríos y arrollos. Arreglaba las pequeñas averias. Cambiaba el aceite en cercanos descampados. Realizaba pequeñas excursiones para conocer los alrededore. Viajaba a casa de mi novia los fines de semana...
Con él me probé en los primeros aparcamientos con abolladura de farola incluída y con él viajé de Madrid a Burgos llevando sólamente  unos cientos de kilómetros a mis espaldas. Recuero el día que decidí visitar a mis padres. Salí de Parla y, al llegar a la M-30, tomé dirección Norte (Oeste). Cuando iba camino de La Coruña, más allá de la Ciudad Universitaria tuve que dar la vuelta y, pensando que acortaba cruzando Madrid por el centro, me interné en infitas calles y callejas por las que me orientaba a ciegas en aquel viernes lluvioso y de  puente. Interminables atascos en las calles me hicieron dedicar más de 3 horas en la travesía. Paré varias veces para intentar orientarme (no conocía Madrid) y, finalmente, salí del paso gracias a una guía compreda en un quiosco y parando cada 2 o tres calles a revisar el itinerario. Entrada la noche circulaba por la N-1 siendo adelantado incluso por los camiones y recibiendo pitadas de varios automovilists por mi ritmo cansino y precavido.  Hacia la 1 de la noche, contemplaba satisfecho en Somosierra las estrellas mientras (pensé que era lo adecuado: lo había visto a veces con los coche viejos) abría el capó y dejaba que se refrescara una media hora.

Fue el coche con el que viajé a Santander encontrando en la vuelta la mayor retención de mi vida, horas y horas en Somosierra. Me llevó hasta Pontevedra en compañía de Charo y nos hizo pasar una noche a la altura de León pues úna fuga de agua dejó seco el refrigerador. El mismo problema a 120 k/h en la autopista a la altura de Villaverde exigió un rectificado del motor; no pude parar a tiempo. Más peligrosa aún fue la caída del sistema eléctrico en una peligrosísima curva a la altura de Rivas Vaciamadrid en una carretera de valencia, por entonces mal iluminada y con poco tránsito un día de diario. Tuve que dar la curva a ciegas, intuyendo su curvatura y sintiendo a tramos el arcén en medio de una orcuridad total mientras frenaba el vehículo. Tuve que empujarlo yo sólo para sacarlo de la carretera a un camino lateral. Pasé en el coche la noche, no si antes adentrarme un kilómetro en el camino hasta la caseta de un vigilante en la que llegué incluso a entrar (no había nadie). A eso de las 5 de la madrugada me despertó la policía enfocándome con una linterna. Ellos me gestionaron la grúa hasta Arganda. La noche la pasé en el hotel. 

Y sí, aunque era en verdad dificil hacer el amor en un simca mil, a mí me resultó sencillamente maravilloso.

Aún recuerdo aquellos parajes y caminos solitarios de los alrededores de Arganda.
Y cuando, ya viejo, muy viejo, no podía pasar las inspecciones ITV lo dí de baja. Y lo dejé en Ayuela, el pueblo de mis padres, aún funcionando perfectamente. Y en una de esas vacaciones en la que nos acompañaban los vecinos con su hijo Sergio de 6 años, se me ocurrió la estúpida idea de hacer una excursión por los caminos de los alrededores con mi hermano Javi y mi vecinillo Sergio.
Al ver lo bien que iba y lo poco que me importaba que tuviera alguna avería me fui animando y acabé saliendo de las pistas y probando caminos casi campo a través. Llendo hacia Rabanillo (la ermita del vecino pueblo de Tabanera) intenté evitar un charco en medio de una recta a bastante velocidad y giro un poco bruscamente. Y nuestro simca, con razón llamado el coche de las viudas, hace un trompo, mete una rueda en el arcén en caída y vuelca sobre un sembrado. Dimos al menos una vuelta de campana agitados como güito en silbato. Mi hermano Javi, zarandeado de un lado a otro, se dió un tortazo con los terrones por el lado de mi ventanilla mientras yo, aferrado al volante, me mantuve en mi sitio. Nuestro vecino Sergio devió girar libremente en el centro del vehículo (iba en el asiento de atrás) sin golpearse con nada pues cuando el coche, que acabó de nuevo sobre las cuatro ruedas, se detuvo miraba asustado y asombrado a todos lados sin comprender qué había pasado. Mi hermano estaba ligeramente conmocionado y tuve que espabilarle para que no se durmiera (por él se hubiera tumbado a dormir allí mismo). A menos de un kilómetro estaban nuestros  padres (en la cammpera de la ermita) y les fuimos a buscar. Haciendo fuerza con las piernas enderecé el borde superior del parabrisas completamente doblado y arranqué el motor.  aún funcionaba. El viejo simca 1000, herido de muerte, fue capaz todavía de llevarnos a nuestro pueblo (unos 5 kilómetros) y, sin detenernos para no tener que dar explicaciones, lo encerramos en el patio hasta que, algunos meses después, la grua de algún desguace lo llevó al cementerio de los coches.

Mi caballo de metal, mi viejo carro, te he echado de menos.

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