Era el año 1980. Tres jóvenes diplomados de magisterio pasábamos el año enfrascados en largas jornadas de estudio: ¡había que aprobar la maldita oposición!. Uno de aquellos jóvenes era sobrino del Dr. Félix Rodríguez de la Fuente. Vivía en Sedano. Allí compró casa y pasaba los veranos el, ya célebre escritor, Miguel Delibes. Nos contaba que le había encontrado muchas veces por las calles del pueblo. Que había hablado con él. Que, incluso, le había mostrado algunos escritos suyo.
Yo envidiaba esa oportunidad que el destino no me otorgaba. Estuve a punto de pedirle que le mostrara mis pobres escritos, mis intantiles poemas, casi escolares... Pero me arrepentí inmediatamente. De sobra sabía que jamás los leería. Un escritor no puede leer todo lo que le piden jóvenes aspirantes... Por falta de tiempo, por pura compasión (una crítica negativa destrozaría mis más firmes esperanzas), porque no era el procedimiento adecuado, porque no le daba la gana... Se me ocurrían mil motivos... No lo hice, pero escribí un poema en el que quedan reflejados mis sentimientos de frustración y de esperanza. Hoy, buscando en mi pequeña bibliioteca libros de Delibes para leer o releer como homenaje y despedida, he encontrado el poema en la primera página de "La Hoja Hoja":
"Si a Delibes pudiera
dar a beber el agua de mis poemas"
Quisiera
que no me dijeras...
Dirás lo que quieras...
Escocerás la herida,
pero no la idea:
La idea primera,
la idea querida,
la idea eterna.
Serán tus palabras
disparos de ausencias,
más sé lo que he sido
y lo que sé, queda.
No es agua perdida
colada en la arena,
es mar entera.
No importa que bebas,
es mar eterna.
Obsequio con olas
y regalo nieblas,
pero de tu vaso:
¿me dejas que beba?
Burgos, 23-6-1980
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