Homo sum; humani nihil a me alienum puto."
"Hombre soy; nada humano me es ajeno."
Publio Terencio Africano (194 a.C. - 159 a.C.).
Humano soy. Como tal me equivoco. Mis equivocaciones son una parte imprescindible de mi equipaje en esta vida. No las escondo. No me avergüenzan. Sonrío al compartirlas. Son inocentes. Ingenuas.
La culpa la tuvo este original invento. Un día a alguien se le ocurrió unir la sencillez de un peine de plástico con la economía de las humildes hojas de afeitar de las antiguas maquinillas. El resultado: un cortapelos que simulaba, incluso mejoraba, los refinados cortes de pelo a navaja.
La verdad es que la máquina funcionaba muy bien. Cuando hace muchos años apareció este objeto en las tiendas de oportunidades mi madre se apresuró a comprarlo y realizó los primeros cortes de pelo caseros a navaja con un resultado muy satisfactorio. La máquina era muy sencilla, las cuchillas baratas y recargables. Cuatro hermanos y un padre eran ya clientela a tener en cuenta.
Yo retenía ya en mi memoria este artilugio, navaja para pobres e inexpertos. Así que, cuando un día la encontré en una tienda, una especie de antecesora del todo a cien, lo compré.
Pronto tuve la tentación de usarlo. No me gustan las peluquerías y cierta dejadez en la longitud del cabello empezaban a darme un aspecto un tanto desaseado que no convenía a mi imagen como profesor. Una mañana ante el espejo, tras afeitarme, decidí recortar esa melena incipiente que empezaba a formarse. Coloqué las cuchillas en el peine y comencé a pasarlo rápidamente por mi cabellera. En algún momento hube de cambiar el lado de las puas sin percibirlo y pasar del "corte moderado" (puas finas) al "corte al cero" (puas gruesas y separadas, con el filo al mismo borde). Todo esto sin darme cuenta y en medio de las prisas y la escasa luz del baño. Cuando terminé y me limpie los mechones sueltos aún adheridos a la cabeza, alcé la vista para preguntar al espejo:
"Espejito, espejito, ¿qué tal de guapo he quedado?". Un grito de horror se escapó de mi garganta.
Los trasquilones eran tan evidentes que me planteé ir o no a trabajar. Decidí asumir las consecuencias de mis arriesgados experimentos. Me prensenté en el colegio. Saludé a mis compañeras de Educación Infantil que, discretemamente, me miraron extrañadas, pero no dijeron nada. Trascurrieron las clases sin que los niños mencionaran mi nuevo aspecto ¡menos mal! y llegó la terrible hora de las visitas de los padres (¡precisamente ese día tocaba!). Les atendí disimulando mi vergüenza como pude... Luego no pude más y les expliqué a mis compañeras lo que había pasado... ¿no os habéis dado cuenta? . Sí -me respondió una de ellas - pero creímos que era una enfermedad... Pensé para mí: - ¡Dios, la "tiña". Todavía eso era peor...!
Los trasquilones eran tan evidentes que me planteé ir o no a trabajar. Decidí asumir las consecuencias de mis arriesgados experimentos. Me prensenté en el colegio. Saludé a mis compañeras de Educación Infantil que, discretemamente, me miraron extrañadas, pero no dijeron nada. Trascurrieron las clases sin que los niños mencionaran mi nuevo aspecto ¡menos mal! y llegó la terrible hora de las visitas de los padres (¡precisamente ese día tocaba!). Les atendí disimulando mi vergüenza como pude... Luego no pude más y les expliqué a mis compañeras lo que había pasado... ¿no os habéis dado cuenta? . Sí -me respondió una de ellas - pero creímos que era una enfermedad... Pensé para mí: - ¡Dios, la "tiña". Todavía eso era peor...!
Aquella misma tarde tocaba deshacer el entuerto en lo posible. Me pondría en manos de los profesionales. A la espera de que abrieran las peluquerías de Arganda para un nivelado capilar a baja cota me fui a comprar al supermercado Ahorramás, que estaba cerca de casa...
Poca gente me conocía en el pueblo. Yo trabajaba en Alcalá. No había mucha oportunidad de que me encontrara con alguien conocido. Pero no contaba con que el destino ese día, quería que yo fuera popular.
Paseando entre las estanterías me encuentro con mi vecina de abajo. Mi vecina trabajaba en este supermercado de supervisora. Vino rápidamente hacia mí. Pareció no darse cuenta de mi aspecto capilar. Estaba un poco excitada. Con gran discrección me dice que puedo ganar 50.000 pesetas pues los de "Las Crestas" están en secreto junto a las cajeras esperando algún cliente que lleve más de 3 productos de Gallina Blanca. Me despide disiluladamente. Es el primer conocido que encuentra en la tienda y tengo prácticamente asegurada "La cresta".
Le hago caso y recojo sopas de sobre, fideos, pastillas de caldo... 5 ó 6 productos. Sin exagerar. La avaricia rompe el saco...
Me acerco a la caja y la veo allí: ¡La gallina con su cresta!. El equipo de publicidad de Gallina Blanca con fotógrafo y un personaje disfrazado de gallina esperando para entregar al afortunado el fabuloso premio en metálico. ¡Y fotografiarle!
Freno espantado el carro. Si la gallina muestra su cresta a mí se me verá el plumero. Y no estoy dispuesto a que me tomen el pelo de por vida. Disimuladamente vuelvo el carro y deposito mis 6 productos en su sitio... vuelvo a los cajeros, a la última caja, la más alejada...
Mientras pago, se levanta un gran alboroto: ¡Una señora acaba de ganar 50.ooo pesetas que le entrega la gallina encrestada! Y le hacen la foto de rigor...
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