Alpes Italianos. Valle Argentiera próximo a Sestrier. Mañana del lunes 19 de junio de 1993.
Estamos en un precioso apartamento en la turística Sestrier. Es verano. El lugar alcanza su máxima ocupación en invierno por sus magníficas pistas de esquí. A nosotros nos queda la opción de disfrutar de sus hermosos prados alpinos y sus magnificos bosques que se internan entre las montañas de los Alpes en dirección a la vecina Francia.
Esta mañána hemos decidido realizar una caminata siguiendo el curso del rio Ripa hasta la zona de Brusa del Plan. Llegamos allí en una hora. Nuestra intención es comer y luego pasar la tarde. A la derecha nos contemplan pétreas paredes verticales alternadas con las laderas del "Gran Carnicero", Roc de Bouches y Gran Roc. En una de ellas resiste aún un recorte de nieve protegido por la umbría. Después de tres horas sesteando me puede el gusanillo de llegarme hasta el nevero, tocar la nieve y volver. Calculo una hora para ir y otra para la vuelta. Aunque las paredes son espectaculares se advierte un pequeño vallecito que accede hasta la terraza donde se encuentra mi blanco y frio anhelo. Comienzo la ascensión y pronto el terreno se inclina en 45º es un desnivel del 50% pero, el vallecito por el que asciendo lo hace perfectamente accesible. Encuentro con facilidad el paso para alcanzar el último tramo de la pared vertical que flanquea el valle. En una hora aproximadamente estoy junto una cascada. El nevero lo supongo detrás pero decido no llegar hasta él por cuestiones de tiempo. No quiero preocupar a Charo y Conchi mis compañeras que me esperan abajo y que, a regañadientes, aceptaron que iniciara esta aventura. Tras curiosear un poco por los alrededores de la cascada decido regresar.
Me dirijo de nuevo a la cornisa desde donde se contempla todo el valle y las diminutas figuras de la gente cerca de las tiendas en la zona de acampada. Incluso distingo las pequeñas siluetas de mis acompañantes sentadas en la hierba. En la cornisa busco la referencia del pequeño valle escondido por el que ascendí. No lo encuentro. He perdido la referencia al adentrarme en la amplia terraza donde estaba la cascada. Por todos lados paredes y pendientes abruptas.
Paso más de una hora buscando febrilmente, intentando bajas, inquietándome porque el tiempo se me acaba. Intentando no demorarme demasiado me arriesgo a ascender hacia el borde de una pared pues se intuye una bajada más suave por ese punto. A unos 50 m. se complica mucho la ascensión.
Pasan las horas y sigo zigzagueando entre las piedras y matorrales de la elevada terraza. Las fuerzas ya no son las de antes. Subo y bajo sin parar durante 2 hora y media, a pleno esfuerzo, y después de comer. Flaquean las rodillas. Se tropieza continuamente. El estómago revuelto provoca náuseas. Veo unas cabras a lo lejos saltando con facilidad de roca en roca... ¡quién pudiera!. Por todas partes senderos laberínticos trazados por las cabras en sus ramoneos cruzan la parte alta. Son una ayuda para caminar, pero a veces conducen directamente al borde del precipicio.
Todo el tiempo veo delante, a mis pies, Brusa del Plan. Esto aumenta mi desesperación e impotencia. He recorrido varias veces el borde de la cornisa y no encuentro la entrada del valle, la puerta secreta de la montaña.
Finalmente, casi tres horas después identifico la cascada donde llegué por primera vez. Intento volver sobre mis pasos visualizando hacia atrás la película de mi llegada desde el valle. Tras un primer intento en el que sobrepasé la boca del valle (tan escondido se encontraba) descubro desde lo alto el nacimiento de su curso en la ladera. Siguiendo mentalmente su trazado me decido a explorar minuciosamente una línea de borde de unos 100 metros. Finalmente localizo, increíblemente camuflada, mi puerta de salvación hacia el pequeño valle de la suerte.
Bien situado en la ruta de bajada, los pequeños riesgos -dado mi estado de cansancio y excitación- se sortean con facilidad.
Al final, con flojera en las rodillas, mirada extraviada y sequedad en la garganta llego abajo. Charo y Conchi ni imaginan lo que he pasado.
Durante los últimos momentos en la cornisa ya pensaba en quedarme toda la noche allí (gracias a Dios disponía de fuego, eso sí) o incluso realizar una bajada suicida (la estuve valorando seriamente) para no quedarme colgado allí arriba.
Estuve al borde de la muerte o del ridículo. Es un binomio peligroso. Puedo imaginarme a los carabinieri echando pestes del "porco espagnolo" que, desobedeciendo los carteles de prohibido el paso, se aventuraba a subir por estas montañas traidoras. Más aún: Charo desesperada, angustiada y desfogándose luego en una gran bronca... Y aún más: pago del rescate, helicóptero, declaraciónes, polizei, etc.
Esta vez, por poco, lo cuento.
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