domingo, 20 de noviembre de 2011

Sueños ante la cruda realidad


En la tarde de la jornada de reflexión ante la votación de la derrota (no habrá victorias en el día de mañana) habíamos previsto un espectáculo de admiración y de sueños. Con el agradable regusto del espectáculo "Corteo" del Cirque du Soleil del año pasado pensamos repetir experiencia ante el anunciado "Zarcana". 
En compañía de mis cuñados acudimos al Madrid Arena con tiempo suficiente para permitirnos comer y esperar tranquilamente el comienzo de la función. Aparcamos muy cerca, en un sitio privilegiado (luego recogimos una multa sujeta al parabrisas: habíamos ocupado un trozo de calzada por la que no pasaba nadie). Charo había consultado por internet algún restaurante por la zona en la Casa de Campo. Habíamos anotado "A Cuiña", pero al pasar frente a su fachada,  comprobamos que no es un buen lugar para "celebrar" la crisis. Había otros cercanos; el "Ondarreta" presentaba una carta con  precios de banqueros; otros más allá, de lujosas instalaciones, también resultaban prohibitivos para funcionarios del -5%. Nos autoexpulsamos del paraíso y cruzamos la Avenida de Portugal buscando  un rancho más terrenal. Un paseante con perro y bolsa de la compra (signos típicos de vivir por la zona) nos habló de "Airiños de Lugo" un modesto restaurante de comida gallega que no nos decepcionó. Menos mal, pues habíamos pasado del lujo a lo cutre con apenas cruzar veinte metros de avenida.

Llegamos con media hora de antelación. En las cercanías, en distintos pabellones, estaba instaldo el Mercado Solidario. Aún comprendiendo el destino del dinero de la entrada (5 euros por adulto) no entendimos el pago por entrar. Una visita de apenas 20 minutos no compensaba el desembolso y las probables compras (nos acompañaban nuestras esposas entusiastas declaradas de los mercadillos) que también ayudan, se quedaron sin realizar.

El espectáculo comenzó puntualmente. Los clows se desperdigaron entre el público desplegando amables provocaciones. Los trajes del croata Halan Hranitelj resulaban sorprendentes y originales. El pabellón, lleno en sus tres cuartas partes, me resultó excesivo. El espacio escénico obra del escenógrafo Stéphane Toy, pese a su enormidad, resultaba en la distancia minúsculo. Me arrepentí de no haber traído mis gafas especiales para lejos, con las progresivas debía mantenerme literalmente cabizbajo para poder apreciar con cierta nitidez el espectáculo. Llegué a colocármelas por unos minutos con el puente invertido para poder enderezar la cabeza: el circo era yo. Las butacas con un ínfimo espacio para apoyar las piernas impedías estirarlas  y al cabo de unos minutos se echaba en falta un estirón: el síndrome de la clase turística en versión tierra firme. La música  en la primera parte dio la impresión de estar enlatada. Sólo en la segunda se pudo apreciar la orquesta y se tenía la sensación real de que los dos cantantes en escena la interpretaban en directo.
Desde nuestros asientos se divisaba el apabullante equipo técnico que controlaba la escenografía (unos 20 metros cuadrados de ordenadores, controles de luces, sonido, y hasta 5 operadores). No es extraño tamaño despliegue cuando observamos a lo largo de la función la plasticidad de un escenario que cambiaba centenares de veces, todo ello mediante proyecciones y luces sobre tres arcos enmarcados en un antiguo teatro de ópera: Cómic art nouveau, art Decó, estética de fin de siglo, imaginería barroca... todo ello en sobredosis sobre un escenario lejano, muy lejano... Me prometí seriamente que, en la próxima cita con este circo, me llevaría unos prismáticos; al fin y al cabo el espectáculo tenía algo de operístico.
De la música no puedo opinar. Las voces eran fantásticas y las melodías (a veces un poco acarameladas) efectivas. Mi oído no puede apreciar más detalles interesantes para comentar.
De las interpretaciones circenses, extraordinarias en sí mismas, destacar que se supeditaban necesariamente a un ritmo frenético impuesto por la música lo que hacía resaltar algunas ejecuciones y mermar la espectácularidad de otras. Impresionante la actuación de María Choudu con una precisión inumana en el manejo de varias pelotas en juegos malabares y de rebotes increíbles. Su sincronización con la música, sencillamente perfecta. Una reverente admiración es lo que provocó el ucraniano Anatoly Zalevski con un número de equilibrio sobre manos que cortó la respiración. Las ejecuciones de banquine (acrobacias y vuelos sobre pirámides humanas) incluía un el lanzamiento de una de las acróbatas hasta la cuarta altura de una torre humana en un salto estremecedor. Todo ello sin olvidar los preciosista decorados en cada actuación, los movimientos corales de las criaturas que parecías sacadas de Litle Nemoin Slumberland (a veces restando la debida atención a la actuación principal), la creación in vivo de ágiles pinturas sobre arena con los dedos que eran proyectadas sobre el escenario los números de los aros humanos, los payasos...

Un espectáculo extraordinario con una pequeña gran pega: los que lo vimos de lejos (más aún si tu vista está cansada de 54 años de contemplar el mundo) no pudimos apreciar en plenitud toda esa estética, toda la tensión de los artistas, toda la plasticidad del espectáculo. En eso, Corteo, con su doble pista, su cercanía y sus actuaciones entre el público le gana la partida.

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